Hemos puesto la casa en orden y estamos listos para crecer, es la consigna del momento que repiten todos los funcionarios del gobierno que pasean como nunca antes por los medios de comunicación.
Esto permite un nuevo diagnóstico del país basado en el trípode económico- político- social: la economía funciona, la política está cansada y la sociedad luce asustada.
El gobierno está en el ministerio de economía. Allí hay objetivos claros, hay liderazgo, hay equipo y resultados. Los índices macroeconómicos ofrecen esperanza, los inversionistas se interesan, el Fondo Monetario aprueba. No es suficiente, claro, la microeconomía sufre, falta empleo, suben los precios para los pobres, aumenta la desnutrición infantil.
En el palacio hay vértigo. Hay calenturas y escalofríos, según las conveniencias o en contra de ellas; hay declaraciones altisonantes, ofertas sin garantía, lentitud. Pareciera que la estrategia política es agotar a la oposición, desacreditarla, volverla intrascendente. La economía tiene relación con la realidad, la política se aleja de ella ocupándose de futilezas.
El pueblo está asustado con la pandemia, el desempleo, la violencia. El ciudadano está desamparado, no tiene en quién confiar ni a quien creer. Los movimientos sociales están igualmente asustados.
Antes se asustaron con el autoritarismo de Correa, ahora por la falta de convocatoria, por división interna y por la incoherencia de sus propuestas. La paz social es consecuencia del nihilismo.
Los administradores de justicia solo son figurantes en la película nacional. No hablan, no actúan, son parte del decorado democrático.
La caída de Guadalupe Llori es una metáfora del país: viene cayendo desde lo alto del poder y se ha quedado a medio camino, congelada en el tiempo, de la mano de un amparo judicial.