A los tres años en el poder, ¿qué es Acuerdo País (AP)? Captarlo desde lo que dicen sus militante lejos de Quito, da otra visión que la dada por la cúpula del poder. El escenario se repite en cantones o provincias, no solo en la Sierra, plaza sólida de AP. Los militantes ponderan los éxitos de política social del Gobierno o exaltan la acción del líder. También se quejan de funcionarios que no cumplen con la “revolución” y buscan razones para lo que les parece incomprensible: que “la nacional” haya nombrado a extraños de AP para puestos de decisión. No admiten acuerdos hechos por lógicas de poder que no captan. Ven su fuerza en tener el poder gubernamental, haber cumplido ciertas promesas y en disponer “todavía” de militantes que no escatiman esfuerzos para acercarse a la gente, pero ya no con discursos de partido, sino con los programas de Gobierno; son ahora difusores de las acciones ministeriales.
Su lado flaco no es menor, fuera de la certeza de apoyar al Presidente, pocos saben cuál puede ser el programa de AP o su ideología. Para los nuevos llegados a la política, el discurso presidencial en negro y blanco parece bastarles. No así para los “reciclados”, que ya supieron lo que era organización, ideología y programa, ellos quieren más definiciones o consideran que las suyas personales son las de AP. Cuando un discurso presidencial les desmiente, ven pequeñas discrepancias o culpan a los consejeros, pero no hay espacio para mayores diferencias con el líder. Ante la queja de falta de “consecuencia” de ciertos funcionarios con los militantes de AP, estos quieren aplicar un inexistente reglamento. Cuánta falta le hace a AP ser partido. La mayoría de militantes quiere una organización definida. Tras los militantes aparece el nuevo sistema que alimenta las quejas y éxitos: AP es ante todo un grupo de burócratas. Los dirigentes de organizaciones sociales o políticas que adhirieron a Correa, son ahora en buena parte funcionarios. Deben responder a las exigencias burocráticas y no siempre pueden ceder a demandas clientelares de los correligionarios. Así, la lógica burocrática se vuelve la de AP: poco a poco, el núcleo del poder se distancia de la dinámica de las organizaciones, estas, ya alicaídas luego de haberse entregado al Presidente, buscan nuevas causas para sobrevivir. Se da una disputa entre los que asumen la dirección de AP desde las exigencias del poder y de la función pública, y los que siguen pensando que AP representaba su discurso o hacía parte de sus organizaciones. El núcleo del nuevo poder lentamente se distancia de la sociedad. Esto, en el menor desliz, mostrará sus efectos. Ser aparato de Estado antes que movimiento político, le llegó muy rápido a AP, como la existencia a partir de candidatura y un líder antes de ser organización.