No existe el gobierno de las leyes, ni son los gobernantes electos democráticamente los que ejercen el poder real. El Estado de Derecho se ha diluido entre reglamentos, regulaciones, circulares, prácticas y sitios web, que, por reiterados, se han impuesto. La burocracia en un fenómeno que determina la vida pública, condiciona la actividad privada y escapa a todo control. La burocracia es conservadora, cerrada, poderosa; contra ella, solo cabe la constante voluntad de atacar sus núcleos y romper los nudos con los que ha atado al Estado y a la sociedad.
Max Weber hizo el mejor estudio sobre el tema, en “¿Qué es la burocracia?”. 1.- El poder de las ventanillas.- Podría pensarse que la burocracia, su estructura y efectos, son temas de preocupación académica solamente. Pero la vida cotidiana está llena de testimonios de su omnipotencia; basta intentar un trámite en cualquier ventanilla de atención al público, para que el ciudadano reciba con frecuencia, como respuesta, “no se puede”, “la ley dirá, pero el instructivo dice otra cosa”. Y esto cuando el sistema está operativo. El poder real está en la ventanilla y en la página web. Parecería que la norma que en realidad se aplica nace del formulario; y, que los derechos existen solo si el formulario hace posible su ejercicio. En la práctica, el Estado no se expresa, ni en la Constitución ni en la Ley; se expresa en esa infinidad de herramientas que parecen inventadas para que sea imposible reclamar y que provocan que los trámites sean tan sinuosos, lentos e inciertos. Lo dramático, y frustrante, es que los dictámenes de las ventanillas, y los de los espacios que ha creado la tecnología-burocrática, en la práctica, son inapelables.
2.- El poder reglamentario.- El poder de las ventanillas está asociado con el poder reglamentario, entendido como la capacidad real de los estamentos burocráticos de expedir disposiciones generalmente obligatorias, ya sea a pretexto de reglamentar una ley, o bajo la teoría de “las conveniencias de la buena marcha de la administración”, como señala el artículo 147, Nº 13 de la Constitución. En la práctica, esas normas se han convertido en un formidable entramado de regulaciones que constituyen un mundo paralegal que se superpone a la legalidad. En el Ecuador, la sustancial mayoría de las reglas no proviene de los órganos legislativos que ejercen representación democrática; proviene de innumerables agencias, superintendencias, consejos, ministerios, direcciones, departamentos, y consisten en resoluciones, disposiciones, acuerdos, circulares, oficios, opiniones vinculantes, doctrinas, etc. En varios aspectos, las leyes han quedado relegadas, diluidas o suplantadas por esa pesadísima armadura en la que la burocracia se mueve como pez en el agua. En esa perspectiva, cabe preguntarse si el país es un “Estado reglamentario” que dificulta las iniciativas, sanciona las inversiones, persigue a los negocios y, al mismo tiempo, descuida los temas sustanciales de los que sí debe ocuparse.
3.- El drama de los jefes nuevos.- Las burocracias, en todas partes, son verdaderos poderes paralelos que actúan según sus propios códigos, afianzan sus poderes, cierran puertas y preservan sus tradiciones. Opera allí un potente espíritu de cuerpo que blinda o, al menos, dificulta enormemente cualquier cambio. Cuando llega un jefe nuevo, extraño a la burocracia, se encontrará con el drama de adecuarse a los estamentos que dominan en la entidad, o emprender cambios o “revoluciones”, que si no están acompañadas de constante voluntad política y de sustento legal, fracasarán, y si triunfan, será por poco tiempo, porque las jefaturas extrañas son coyunturales y pasajeras, y los estamentos permanecen y retoñan. En la práctica, incluso las más altas instancias del Estado se estrellan contra la estructura burocrática, de allí que las decisiones de los nuevos jefes, con frecuencia, se traben hasta el infinito en los informes, los memos, las interpretaciones y la “jurisprudencia.”
4.- La bondad esencial del Estado.- La burocracia se cobija, en todas partes, bajo la idea de la “bondad del Estado”, y de la desconfianza hacia la empresa privada y la sociedad. Es una especie de argumento que excluye o condiciona cualquier tesis distinta. Los “intereses nacionales” es la frase recurrente, una suerte de “cajón de sastre” donde cabe toda tesis, toda excusa, más aún, si prosperan ideologías que avalan la tendencia expansiva e invasora del poder sobre la economía y la sociedad.
Es indiscutible la necesidad de la Administración Pública como herramienta del Estado al servicio de la comunidad. La burocracia, sin embargo, es la hipertrofia de la Administración, su deformación y transformación en un poder paralelo, que prospera por su cuenta y que, con frecuencia, compite con el poder legítimo. Resulta evidente, por ejemplo, que ese poder paralelo ha desbordado al Estado de Derecho, en los más diversos órdenes, incluyendo la Función Legislativa, que se bate en retirada ante el monumental crecimiento del poder reglamentario de la burocracia y de su tendencia a expedir normas, que en la práctica, tienen efecto de leyes.
5.- Permisos, controles y capacidad de sancionar.- Los permisos, la multiplicación de requisitos para obtener autorizaciones, patentes de operación, licencias, etc. es una de las más evidentes expresiones del poder y de la capacidad de condicionamiento que tiene la burocracia sobre los derechos de la gente. Un esquema que comenzó como razonable expresión de la necesidad de ordenar a la sociedad, ha concluido en un complejo sistema de dificultades, que conduce a excesos que no se justifican y que transforman a la proclamación de las libertades en papel mojado.