Una vez más el terrorismo dio un golpe feroz y sanguinario contra civiles inermes. Las víctimas son habitantes de París que concluían la semana el viernes. En un escenario deportivo, en restaurantes y en una sala de espectáculos, varios grupos de terroristas armados irrumpieron disparando a mansalva y tomando rehenes, con saldo de más de cien muertos.
Fue un ataque del llamado “Estado Islámico” al corazón de un país. Sus objetivos no eran militares, ni puestos de seguridad, sino la gente del común. No se trataba de desafiar al poder o a la represión, sino de amedrentar a la población civil, de atacar a la vida cotidiana de la gente. Esa fue la estrategia del terrorismo islámico. Lo hicieron en Nueva York y Washington. Luego en Madrid. El objetivo es lograr el mayor impacto del terror.
Nada justifica esos actos de barbarie. Nadie puede siquiera explicarlos. Pero si nos quedamos en la radical condena y no tratamos de comprender en qué contexto se dan los hechos, estamos condenados a que se repitan. Por ello es preciso saber que el recrudecimiento del terrorismo en el mundo no se debe a la falsa idea de que hay una religión que incita a la violencia o a que se ha dado una ola de resentidos sociales extremistas que quieren destruir todo. Hay causas en las que están claramente implicadas las grandes potencias.
Es claro que las intervenciones de los países poderosos, en su gran mayoría de Norteamérica y Europa, en varios países y regiones del mundo en donde consideran que deben “poner orden” y apoderarse se sus recursos, tienen fuertes efectos colaterales. No es cuestión de entrar a cañonazo limpio en Afganistán, Irak o Libia, poner gobiernos títeres, repartirse sus riquezas y esperar que no pase nada. La realidad es que eso desata procesos de disolución interna y de resistencia que producen violencia que luego se vuelve conflictos de muy difícil solución.
Es también evidente que los grupos terroristas no salen de la nada. En muchos casos han sido promovidos por las grandes potencias, en especial por Estados Unidos. Osama bin Laden fue un guerrillero entrenado por las fuerzas estadounidenses frente a la intervención de Afganistán por los soviéticos, que luego se volvió contra ellos hasta convertirse en el enemigo número uno y el mentalizador de los ataques a las torres gemelas. Los que formaron el “Estado islámico” fueron grupos alentados y financiados por Arabia Saudita, el más cercano aliado de Estados Unidos, que se enfrenta al régimen de Irán y tiene el régimen monárquico absolutista más intolerante y antidemocrático del mundo.
Cuando el terrorismo originalmente fomentado por los países poderosos se ensaña con su población civil inerme, sus gobernantes deben recordar que sus intervenciones en el mundo tienen consecuencias de largo plazo que pueden ser un bumerán.
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