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Los buenos deseos, en este tiempo de Navidad y de Año Nuevo, son como un río que se desborda hasta la saturación. Si, por una parte, uno se siente halagado por tan buenos auspicios y por tanta gente buena que te desea lo mejor de lo mejor, por otra, el formalismo obligado de la fecha nos arrastra a todos hacia el estereotipo obligado. ¿Podemos decir otra cosa diferente que desearnos felicidad?
Y, sin embargo, la felicidad no es tan sencilla. En lo personal, nuestro corazón tiende a fragmentarse y acostumbrarse, esclavos como somos de la acomodación. La felicidad siempre nos exigirá amar más y mejor. Pero amar no es tan fácil. Si lo fuera, a todos nos hubiera ido mejor en la vida… Esta es la gran asignatura pendiente: aprender a amar, no sólo en los tiempos de bonanza, cuando parece que todo brilla a nuestro alrededor, sino también en los tiempos del cólera, cuando el vacío del corazón deja en evidencia nuestras falencias interiores: la ausencia de Dios, la fuerza de la codicia, la torpeza a la hora de amar,…
Con frecuencia echamos balones fuera, como si la felicidad estuviera en el exterior de nosotros mismos y pudiéramos, astutos como somos, atraparla al vuelo. Este planeta se ha vuelto experto en producir sucedáneos, en maquillar la realidad, en hacernos creer que somos alguien en la medida en que tenemos algo. Lo cierto es que el mundo que nos rodea, nuestro mundo, está lleno de contradicciones, de inequidades y de violencias capaces de hacernos dudar de la humana condición.
¿Qué toca cuando la experiencia contradice los deseos? Toca seguir luchando, amigos. No de cualquier manera, sino, como la partera, empujando la vida en la dirección del bien. La historia la destruyen los malos y la construyen los buenos. Más allá de los intereses y de las políticas miserables que ensombrecen la vida, esta es la única bandería que merece la pena: luchar por el bien, por la justicia, por la inclusión de todos, en el amor al hombre y en el respeto de sus diferencias.
Los buenos deseos nos llevan a un compromiso mayor. ¡Qué simpleza pensar que podemos crecer como personas, vivir en paz, entendernos mejor, restañar las heridas, cuidar del planeta, educar a los hijos, promover políticas integradoras, dar prioridad a los pequeños del mundo,… sin comprometernos más!
Por eso, sean cautos a la hora de expresar los buenos deseos, no sea que den el paso más largo que la pata… Si desean felicidad tendrán que bogar en esa dirección y sacrificar algo de la propia comodidad.
Consciente de mi propio compromiso personal, les deseo un año nuevo muy feliz, con la boca pequeña y con el corazón ensanchado por la fe en Aquel que hace buenas todas las cosas.
De su mano hay que seguir trabajando a favor de la paz. Arrieros somos y en este camino siempre nos encontraremos. Feliz 2015.