¡Qué lejos están de nosotros los políticos! La fútil controversia entre funcionarios en torno a la renuncia de un embajador ha expuesto el pelaje de las preocupaciones de los políticos. Si es primero el huevo de la renuncia o la gallina de la petición, disculpen, no nos interesa, solo evidencia el olvido de las buenas maneras incluso entre amigos, compañeros o colaboradores. La locuacidad de un funcionario ha movilizado al Gobierno y al parlamento. Ha movido al embajador a exponer el motivo de su renuncia y ha obligado a una comisión parlamentaria a interesarse en el programa de vuelos de vigilancia que EE.UU. lleva a cabo en nuestro territorio.
Esta misma semana hubo acontecimientos de trascendencia que debían ocupar a los mismos funcionarios que se enredaban en nimiedades. Los asambleístas que estaban en la embajada de México abandonaron el país. Ellos aseguran que han sido acosados y perseguidos, pero nadie ha puesto denuncia en su contra ni se conoce que sean investigados por autoridad legítima. Debería haber más transparencia porque la existencia de asilados políticos daña la imagen del gobierno y del país. Se trata de tres legisladores y, sin embargo, la Asamblea no se ha interesado en este tema.
Otro asunto de trascendencia era el juicio político a la presidenta del Consejo Nacional Electoral iniciado en la Asamblea Nacional. No es buena señal que, al acercarse el período electoral, los miembros del organismo que debe garantizar la transparencia en la próxima elección, se vean envueltos en disputas internas y luchas por el control del organismo. Los vocales, que responden a diversos partidos, ya han aireado sus discrepancias y han mostrado los cueros al sol, en algunos casos igualmente sin guardar las buenas maneras.
No solo los políticos sino todos los ciudadanos estamos obligados a observar buenas maneras: tolerancia, respeto a los demás, buena educación o simplemente actuar como seres civilizados. La afirmación del individuo, la proclamación de los caprichos de cada cual que se generaliza en las redes sociales y se expone con orgullo y aplomo, con la seguridad de lo evidente, conduce a excesos difíciles de explicar y más difíciles de corregir. No es fácil determinar la línea que separa las buenas maneras de la chabacanería o la mala educación.
El escritor Arturo Pérez Reverte lo explica valiéndose de una anécdota: recuerdo que un amigo maestro llamó la atención a un alumno por escupir al suelo en clase y éste replicó, sorprendido: “¿Qué tiene de malo?”. Mi amigo me dijo que se quedó bloqueado, incapaz de responder. “¿Qué podía yo decirle? – comentaba -. ¿Cómo iba a resumirle allí, de golpe y en pocas palabras, tres mil años de civilización?”.
Las buenas maneras solíamos aprender en la familia; en la escuela, con el ejemplo de las figuras públicas, incluyendo los políticos. Ahora, tal vez, los hijos imponen las malas maneras a los padres, los profesores las sufren de los alumnos y los ciudadanos copiamos de los políticos.
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