Llegó el día en que se emitió el reglamento para que los alimentos procesados consumidos en el Ecuador señalen en su etiqueta su concentración de grasas, azúcar y sal, cuyo consumo excesivo es perjudicial para la salud. El 82% de las comidas y bebidas procesadas llevará una señal roja, el color más alarmante de este sistema de semáforos.
Se entiende la intención de cambiar los hábitos alimenticios de la población, especialmente cuando hay una alta incidencia de enfermedades como la diabetes; debe ser uno de los propósitos de cualquier Estado que se preocupe por la salud pública.
La Constitución del buen vivir de Montecristi, que ha sido irrespetada cuando ha convenido, señala la obligación de dar información transparente al consumidor.
¿Pero se puede mejorar la salud por decreto? Tal vez sea posible, pero es difícil cuando se ataca solamente la punta del iceberg.
Según una información publicada por este Diario, el consumo alto de grasas, azúcar o sal no solo está detrás de la diabetes sino de otras catorce dolencias. Pero el sistema de semáforos que se implementará en pocos meses, cuando el nuevo etiquetado de 45 000 productos esté listo, no resolverá el problema.
Como sucede cuando se quiere cambiar la realidad de un plumazo, no están todos los que son ni son todos los que están. La pregunta del millón es cuánto inciden en la salud pública otros productos que no llevan etiqueta -la gran mayoría- y que se consumen profusamente en calles, restaurantes, bares escolares y hogares.
Tampoco es justa la satanización de los productos procesados, pues su solo consumo no es sinónimo de enfermedad, ya que depende de con qué frecuencia se ingieren. El consumo de sal, por ejemplo, no es malo en sí mismo. Otro trabajo de este Diario realizado en esta semana muestra que lo que más consume el ecuatoriano son harinas, cuyo exceso también puede provocar enfermedades.
Pero en esta ocasión nuevamente el sector formal, es decir el más pesquisable, ha sido puesto en la palestra. Es lo mismo que pasa, por ejemplo, con la recaudación de impuestos: se han hecho esfuerzos para apretar a los que aparecen en el radar formal pero no para ampliar la base de contribuyentes en el gran sector informal.
En el caso de los alimentos y las etiquetas, alguien o algunos allá en el Olimpo dedican sus esfuerzos a ocuparse del deber ser antes que de la realidad. Se necesitará una política de vigilancia sobre los hábitos alimenticios y también un gran esfuerzo de educación, que se pudiera lograr si se reencauzara el uso de la maquinaria informativa gubernamental.
La salud también depende de los hábitos no alimenticios de las personas, como el ejercicio, y de sus condiciones de vida: si el ser humano es lo que come y lo que hace, y desde luego lo que piensa, un reglamento por sí solo no cambiará la realidad.