¡Buen viento y buena mar!
Luego de muchos años de encontrarme con ustedes en esta columna, ha llegado el momento de decir adiós, quizá por un rato corto o por un tiempo largo.
No se alarmen, esta despedida no es producto de la autocensura ni nada que se le parezca. Es que como dicen, ha llegado el momento de dejar de mirar los toros (o extoros en este caso) e intentar la suerte en el ruedo.
Les explicaré. Una columna de opinión es un espacio privilegiado, donde yo y cientos otros plasmamos nuestra visión sobre la coyuntura desde nuestro prisma crítico. El ejercicio resulta duro. Jamás me tomé el oficio a la ligera. Cada columna escrita demandó mi tiempo y sobre todo un esfuerzo por imprimir a mi mirada objetividad y equilibrio. Habré fallado las más de las veces, quizá en otras acerté. Sin embargo, siempre fue un ejercicio cargado de honestidad intelectual y del deseo de aportar a elevar el nivel del debate en el país.
La tarea fue gratificante, por supuesto, pero también resultó desgastante. El mirar una realidad y colocarse en la posición del que ya lo advirtió y visualizó todo, es frustrante. Muchas veces la coyuntura política nos llevaba inequívocamente a decir lo mismo que dijimos de muchas maneras años atrás. Entonces venía la repetición de uno mismo… Y aun así, había que perseverar. El silencio no era ni es opción. Darle más y más horas de pensamiento a los temas, pensar en los giros y las perspectivas distintas y no bajar la guardia. Alejarse temporalmente para refrescar la mirada y luego retornar.
Siempre me sorprendió cuando la gente felicitó mi valentía. ¿Valentía? ¡Ninguna! Solo procuré analizar lo que veía. Vivir en un país, en donde uno es “valiente” por decir lo que es obvio, es triste.
Por eso ahora es momento de hacer una pausa, ponerse el poncho y dejar la crítica intelectual para dar paso a la acción. Creo que uno no puede permanecer siempre del lado del que juzga. Si uno en un momento dado no se juega por la construcción de algo más –sea este el espacio que sea-, entonces el ejercicio intelectual se vuelve árido y fútil. La coyuntura del país demanda gestión.
Por eso he decidido apostarle a la creación de un espacio alternativo en Quito para trabajar por la ciudad.
La apuesta resulta arriesgada por supuesto, pero no hay cosa más cierta que es mejor intentar y equivocarse, que no hacerlo y arrepentirse. Ahora amigos, creo que entenderán por qué mi nueva situación profesional me obliga a dejar este espacio temporalmente.
Me despido en una coyuntura delicada para la opinión en el país, y mi posición al respecto ha quedado clara. Espero que cuando vuelva a encontrarme con ustedes, esta columna traiga mejores noticias. Por ahora, ¡buen viento y buena mar para Quito!