Comenzamos a ver las consecuencias de una gran novedad en los procesos sociopolíticos de nuestros pueblos. Me refiero al Pacto por México suscrito en diciembre de 2012, un día después de que Enrique Peña Nieto asumiese la presidencia, por los tres principales partidos políticos de ese país. Es un excelente ejemplo, como los Pactos de la Moncloa en España y los de la Concertación en Chile, de cómo las sociedades iberoamericanas son capaces de madurez democrática.
El Partido Revolucionario Institucional (PRI) del presidente Peña Nieto, el Partido de la Revolución Democrática (PRD) de izquierda, y el Partido de Acción Nacional (PAN) de derecha, que entre ellos obtuvieron el 94% de los votos en las elecciones del 2012, se habían dedicado desde 1997, cuando el PRI perdió la hegemonía que había mantenido durante casi 70 años, a lo que el analista Juan Montes describe como “políticas obstruccionistas que atascaron a México”.
Vino luego el inteligente reconocimiento de que, no obstante sus diferencias ideológicas, formas de ver la realidad y enfoques a cómo resolver los problemas de la sociedad, es deseable y posible que las fuerzas políticas den aún mayor importancia a sus coincidencias. Según un analista citado por Montes, “el Pacto por México delinea 95 objetivos comunes” que podrán ser aprobados por “una especie de coalición legislativa, algo bastante sorprendente para México”.
Es razonable que toda persona con poder se pregunte: “¿por qué negociar con los menos poderosos?”. La primera posible respuesta, tal vez reflejada en el Pacto por México, donde ninguna fuerza política es dominante pero todas se pueden obstruir mutuamente, es que pactar evita la parálisis. Puede bien ser que este nuevo buen ejemplo que estamos viviendo en América Latina solo responda a consideraciones pragmáticas, en el nivel operativo de lo social, lo económico y lo político.
Pero espero que también estén presentes otros motivos, de aquellos que inspiran al poderoso a negociar aun si su poder es tan grande que los demás no puedan obstruirle. Espero que los dirigentes que han firmado el Pacto estén conscientes de lo obvio: que el mundo da vueltas, y el que hoy está en mayoría puede mañana estar en minoría. Espero que les mueva la noble aspiración de que objetivos como la lucha contra la pobreza y a favor de la educación y la salud se logren sin necesidad de que sobre cada logro haya un cartelito que le da el crédito a uno o a otro -el PRI, el PRD o el PAN- en particular. Sobre todo, espero que al presidente Peña Nieto y a sus socios en el Pacto les mueva un sentido ético, que valora la inclusión de todos, le dice al contrincante: “No eres mi enemigo”, y en el fondo entiende y honra la democracia, no simplemente la usa y abusa como hizo por décadas el PRI.