El brujo y la lluvia

En alguna parte leí esta historia: una prolongada sequía arruina los sembríos y el hambre amenaza a la aldea. Los labriegos ruegan al brujo que organice la danza de la lluvia. El brujo aplaza el ritual cuanto puede en espera del invierno porque sabe que el truco consiste en danzar hasta que llueva, de ese modo los labriegos creen que el ritual atrajo la lluvia. Cuando ya no puede aplazarlo más, se inicia el ritual y los aldeanos danzan implorando la lluvia hasta que están exhaustos; pero no llega la lluvia. El brujo detiene la danza y pide a los labriegos que vayan a sus casas y saquen todos los recipientes para recoger el agua. Mientras tanto corre donde el meteorólogo y le pregunta cuándo lloverá. Esta misma noche, contesta con aplomo el meteorólogo. ¿Cómo lo sabes?, pregunta sorprendido el brujo. Porque los aldeanos están sacando los recipientes para recoger el agua, responde el meteorólogo.

En la aldea de nuestros días el brujo se encarna como el líder providencial que organiza los rituales de la democracia y garantiza la lluvia de dólares a los que creen en su palabra y se apartan de quienes tienen otra visión del mundo. En el ámbito de la brujería lo esencial es creer, cualquier debate sobre las verdades oficiales es “discusión bizantina”. Un vocero de la magia en que vivimos decía que no hay que temer la consulta al pueblo, que el Gobierno está obligado a escuchar cuando hay un clamor popular. Eso es magia: el arte de escuchar e interpretar el “clamor popular”.

Toda ideología es un sistema simbólico, de prácticas y creencias, dice Bourdieu, está predispuesta a cumplir con la función de asociación y disociación y está sometida a la dialéctica de la fe y la mala fe: “El engaño a sí mismo que implica toda ideología no tiene posibilidad de éxito más que si la mala fe (la mentira) individual es mantenida y sostenida por la mala fe colectiva”.

Los brujos modernos manejan con sutileza el sistema de ritos y creencias, pero al igual que los brujos antiguos cumplen su destino en tres etapas. En la primera etapa los aldeanos y el brujo creen en el ritual y viven felices instalados en la magia; la danza de la lluvia es una ceremonia sagrada. En la segunda etapa los aldeanos creen en el rito pero el brujo ha perdido la fe; él sabe que la danza de la lluvia ni provoca ni anticipa el invierno, solo sirve para mantener la fe de los aldeanos.

En la tercera etapa ni el brujo ni los aldeanos creen en los rituales, sin embargo continúan realizando la danza de la lluvia como pretexto, para quedarse con el brujo, si llueve, o para linchar al brujo si no llega la lluvia y acosa el hambre. El brujo, siempre se supo, está condenado a la soledad; todos los aprendices de brujo son impostores; si de veras aprendieran la brujería descubrirían que la magia existe solo en la imaginación de los aldeanos.

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