El tiempo es el principal insumo de la política. Quienes la ejercen deben saber cuándo hablar y cuándo actuar. Un discurso razonado puede sonar hueco si es dicho en un momento poco propicio; un proyecto indispensable podría fracasar si es lanzado a destiempo.
El político talentoso es, pues, aquel que entiende a cabalidad el momento que vive y sabe, por tanto, si actuar de forma resuelta o permanecer en la penumbra; si hacer mutis por el foro o decir las cosas sin ambages.
En la antigüedad, los sofistas creían que la política era una cuestión de palabras solamente. Estaban convencidos que un líder exitoso sería aquel que pudiera hablar de forma articulada a los ciudadanos.
Pero la realidad se encargó de desmentirles: Proxeno, el alumno distinguido del retórico Gorgias, ocupó cargos de importancia gracias a su capacidad para adular con palabras, pero nunca pudo disciplinar a sus soldados porque jamás se ganó su respeto. (Es que, como pocos, los soldados miden el corazón de sus líderes por su resolución y no por su elocuencia).
Limitar el ejercicio de la política a un simple acto de retórica es inapropiado, argumentó Aristóteles. Mucho más importantes que las palabras son las leyes que un sistema de gobierno pueda producir para las ciudades, dijo aquel filósofo.
Las leyes son el mejor resultado de la razón y la mesura; el más útil instrumento que la ciudad podría usar para promover el bien común, aseguró este pensador en su “Política”.
Aristóteles nunca soslayó la relevancia de las palabras pero sí estableció con claridad que si ellas no venían acompañadas de acciones -de leyes, en su lenguaje- el ejercicio del poder se tornaría superficial y vacuo.
La política es, pues, la búsqueda del bien común mediante acciones (leyes) y palabras (ideas). Son las dos caras de una misma moneda que debe invertirse en un arco de tiempo que a veces es difícil de medir.
Se trata, por tanto, de una tarea compleja y erizada de obstáculos imprevistos que quedarán irresueltos si no existe, de parte del político, una clara vocación de servicio y un talante a prueba de traiciones y malentendidos.
No obstante, todos los esfuerzos merecen la pena porque el político tiene la oportunidad de mejorar el estado de cosas y dejar una huella perdurable en su comunidad.
Centenares de ciudadanos en todo el Ecuador se incorporaron esta semana al ejercicio diario del servicio público. Si todos ellos -o al menos una importante mayoría- aprende a escoger adecuadamente sus acciones y palabras, el país mejorará el ejercicio de su actividad política.
Si ello llega a ocurrir habrá nacido una nueva generación de líderes que dictarán las acciones y modularán las ideas de los ecuatorianos durante los próximos años.