En la abdicación de un trono que todavía no disfrutaba, el precandidato y alcalde de Guayaquil causó grandes y decisivos efectos colaterales. Por tal razón existe la percepción de haberse creado una brecha electoral por la cual podrán colarse nuevas o conocidas candidaturas oficiales o fuerzas de oposición.
El panorama anterior estuvo plagado de rumores y versiones sobre una inminente postulación del líder del PSC y Madera de Guerrero, alentado por el movimiento de los jóvenes en Machala o diálogos en Quito con personajes de reconocida relevancia en la capital, pero este lapso concluyó abruptamente en los primeros días de enero del 2016. A un año de las elecciones, Guayaquil se perfilaba con dos candidaturas de oposición aunque ese panorama tenía perfiles de suicidio, frente al poder político del régimen. Sin embargo, hoy existe otro panorama. Una gran brecha que deberá ser cubierta.
Por razones históricas, los pronunciamientos electorales guayaquileños siempre han tenido una tendencia a favorecer a un solo candidato de manera contundente. En la historia del siglo XX están registrados los abrumadores triunfos de Guevara Moreno y la lista A del CFP, varias veces del velasquismo al extremo de decidir el triunfo del caudillo del balcón en su última elección. Súmense también los resultados de Assad Bucaram, Abdalá Bucaram o las votaciones que alcanzó el socialcristianismo con sus dos líderes históricos. Son suficientes ejemplos para comprender el escenario caudillista que seduce al electorado de la ciudad de octubre. Sin embargo, el caso actual es diferente pues la brecha, que otras veces solo se abrió con el exilio o el sepulcro, esta vez puede ser compartida inmediatamente por el régimen que durante años pretendió establecer su baluarte en Guayaquil o por la otra opción sobreviviente. En el primer caso -el del Gobierno- la opción puede darse incluso con un sustituto a la medida. Sucedió en Argentina con Campora a la presidencia y Perón al poder. O de manera más sutil en Rusia con el ministro Dmitri Medvédev al Kremlin y Putin al gabinete.
Entre nosotros fue diferente pues Jaime Roldós no aceptó ser un monigote y asumió el reto de enfrentar a un Parlamento liderado por su mentor Assad Bucaram y los desestabilizadores como fueron “los patriarcas de la componenda”.
Ojalá esta interpretación no tenga lugar y que la puerta abierta no sirva para que el Régimen se prolongue hasta el infinito. Existe todo el derecho de retirarse a los cuarteles de invierno después de cumplida una o varias jornadas o morir con las botas puestas y protestar como el expresidente Ponce Enríquez o Jaime Roldós. El primero dejó constancia de que no iba a ser el “síndico de una quiebra” y el segundo, con hidalguía en el día de su posesión, expresó respecto al país que recibía: “vamos a hacer andar a un paralítico”. Indudablemente los tiempos han cambiado o la crisis es más honda de lo que imaginamos e inevitablemente habrá que caer en un gran barranco, hasta iniciar la reconstrucción.