Nosotros, tan dignos y tan soberanos, tan altivos y tan pundonorosos, seguimos mirando a Venezuela como si se tratara, en efecto, de la metrópolis tan anhelada. Aunque hay significativas diferencias entre los ambos modelos bolivarianos – que no son materia de la columna de hoy- a muy poca gente le puede quedar duda de que el experimento venezolano ha sido un fracaso que bordea lo estrepitoso. Los altos niveles de violencia, la concentración del poder, el culto a la personalidad y las dificultades económicas lo dicen todo. Pero, claro, Caracas sigue siendo atractiva para buena parte de las facciones de la revolución ciudadana: por un lado nos acerca con Cuba y a su bien cultivada mitología rebelde, lo que siempre fue un anhelo de las élites intelectuales; por otro nos llena de adrenalina, nos hace sentir radicales, nos hace sentir como que estuviéramos luchando cuerpo a cuerpo con los imperios del mal –en especial con El Imperio, así con mayúsculas- y nos hace sentir como si, al fin, tuviéramos un hermano mayor que nos defienda en el patio de la escuela.
Mientras seguimos enamorados del Régimen venezolano, y buena parte de la opinión pública mundial nos considera como su apéndice, estamos tan cerca y tan lejos de Brasil. Y mientras escribo esta nota, de acuerdo con un ejemplar más o menos reciente de la revista Foreign Affairs (a la que no se le puede creer, porque es extranjera) me doy cuenta de que Brasil, por ejemplo, tiene fronteras con 10 países sudamericanos, que ha implementado con éxito notable políticas económicas más o menos ortodoxas con ambiciosos programas sociales, que tiene la tercera bolsa de valores más grande del mundo, que va a ser la sede del Mundial de fútbol en 2014 y de las Olimpiadas en 2016. También que sus índices de pobreza se han reducido en aproximadamente 24% desde 2003, que alrededor de 13 millones de brasileños han escapado de la pobreza (y 12 millones más de la pobreza extrema) en los últimos ocho años. Para seguir machacando la tesis: Brasil es el país que tiene la quinta superficie territorial más grande del mundo y su economía es la octava más poderosa. Julia E. Sweig, la autora del artículo glosado, añade que “el nuevo sentido común sugiere que Brasil está ahora preparado para ganarse un nombre en el escenario global…”.
Creo que el punto ha quedado claro: Brasil es el futuro de la región y debemos apuntar nuestros dardos hacia allá. No tiene sentido –es mi opinión- seguir coqueteando con los bolivarianismos y hace todo el sentido del mundo alzar la mirada hacia allá. Conviene también parafrasear al gran Vinicius de Moraes (que de por sí amerita columna aparte): el poder es eterno mientras dura.