Lula ganó por un estrecho margen a Bolsonaro, retorna al poder para iniciar un tercer mandato y coloca a Brasil en una posición de expectativa en el ámbito latinoamericano y mundial. Dado el peso de Brasil en la economía latinoamericana, sus orientaciones políticas para las relaciones regionales, hemisféricas e interregionales pueden convertir a Lula Da Silva en el líder latinoamericano para la construcción de una nueva democracia, autonomía e integración económica y social para la región.
La integración económica en América Latina surge a mediados del siglo XX como una estrategia para superar los factores limitantes al crecimiento. Se incursionó en un proceso de exportaciones extractivas y de materias primas, que se mantiene prácticamente inalterado hasta la actualidad.
Pese a sus importantes avances, la orientación de los procesos de integración subregionales en Latinoamérica está inmersa en el eje económico-financiero-comercial. El agotamiento de la tendencia al multilateralismo en las relaciones externas, dado con la irrupción neoliberal, significó el allanamiento del camino para la ola de acuerdos bilaterales de libre comercio, sustentados en el eufemismo del Regionalismo Abierto expandido en la región. El golpe final fue la desaparición de Unasur, sustituida por Prosur, con el auspicio de los gobiernos propulsores de la apertura y liberalización comercial.
En los momentos actuales, el proceso de integración comercial latinoamericana debe tender a un mínimo de compatibilización con las políticas económicas. Esto implica enfoques comunes para varios países o la región en su conjunto, como el dogal de la deuda externa o el narcotráfico y sus vinculaciones financieras internacionales, y la creación de espacios políticos para las relaciones regionales.
Es el momento de las decisiones políticas para encontrar el punto de interés común de los países, que se convierta en la nueva utopía latinoamericana.