Aprendí desde la infancia al estudiarla Historia Sagrada, según llamábamos a la Biblia, las admirables, luminosas y dramáticas páginas de Abraham y su descendencia, en su relación con el Creador y los pueblos e imperios circunvecinos.
La Tierra Prometida les fue descrita como abundante de leche y miel, y los israelitas supieron obtener de ella fruto abundante, pese a lo inhóspito de esa región desértica, cruzada por los vientos de tres continentes y siempre codiciada, porque el esfuerzo humano arrancaba de sus entrañas el ciento por uno.
Solo por cortos períodos pudo Israel saborear la independencia y disfrutar de su heredad. Vivió de cautiverio en cautiverio, siempre en lucha, no pocas veces en éxodo cruel, su pueblo sojuzgado, sus riquezas saqueadas, sus ciudades destruidas, inclusive la propia Jerusalén.
Misterio indescifrable es la Encarnación del Hijo de Dios, nacido del pueblo judío pero incomprendido por él. La expansión creciente del Cristianismo fue durante siglos causa de enfrentamientos.
Tras 2000 años de haber sido expulsados de su tierra, los israelitas pudieron volver a solamente en el siglo XX, tras el Holocausto desatado por Hitler con la ejecución de 6 millones de judíos en las cámaras de gas, por la valiente acción de un puñado de judíos visionarios, encabezados por Ben Gurión y por resoluciones de la ONU, la última declarando cada 27 de enero Día del Holocausto.
El desarrollo del moderno Estado de Israel no ha sido fácil por la oposición beligerante de sus vecinos musulmanes, a los que ha debido contener con las armas.
Mientras tanto, los judíos han transformado las desérticas tierras de Israel, gracias a sostenido esfuerzo, en verdadero vergel donde han aclimatado las más diferentes especies agrícolas, hasta convertirle en auténtica potencia exportadora de frutas, hortalizas y aun maderas, porque las eriales breñas se han transformado en bosques y huertos.
En esa tarea han participado los habitantes del aún joven Estado y organizaciones amigas de todo el mundo. La creciente riqueza forma parte del Fondo Nacional Judío, que se promueve y consolida de año en año.
En las dos ocasiones en que me ha sido dada la dicha de peregrinar a Tierra Santa, una de ellas acompañado de Teresita Crespo Toral, mi amada mujer y madre de mis hijos, he podido sembrar siquiera un árbol en el gran bosque cercano a Jerusalén.
Ahora, sobrecogido de emoción, ufanía y humildad agradezco a mi entrañable amigo Johnny Czarninzky, cónsul de Israel en Guayaquil, por hacerme llegar un doble diploma del Libro de Oro del Fondo Nacional Judío: uno, acredita que ha sembrado a mi nombre 120 árboles en Israel; otro declara que este servidor, “en cada faceta de su vida, ha sido defensor incansable de las Causas Justas”…, “ha puesto en alto el nombre del Ecuador y con su amistad y apoyo ha honrado al pueblo judío y al Estado de Israel”.