Las bombas de cada día

Tras el último ataque terrorista de Boston, se han reactivado las alarmas norteamericanas. Un despliegue investigativo de tintes cinematográficos acabó en pocas horas con un sospechoso muerto y el otro preso.

La eficacia del sistema de defensa de los Estados Unidos y su poder de reacción es admirable. Sin embargo, los niveles de prevención de ataques no parecen estar en la misma sintonía.

Y es que hay algo al interior de esa sociedad moderna y liberal, casi paradisíaca a la vista de los más pobres, que no está funcionando. La prensa ha recogido versiones sobre un fuerte resentimiento de los sospechosos del atentado contra la sociedad que los acogía. Su vinculación al Islam no debería ser, en sí misma y de forma aislada, el origen de su aversión contra aquel Estado y sus habitantes, aunque ya sabemos que los fanatismos de toda índole, y especialmente los religiosos, han formado desde hace miles de años una ristra de odios y venganzas que no parece tener fin.

Días después del atentado, un diario español mostró una fotografía de un grupo de jóvenes sirios posando delante de una casa destruida con un cartel que decía: "Lo ocurrido en Boston representa una escena lamentable de lo que sucede en Siria cada día. Acepten nuestras condolencias".

El mensaje tenía un tinte macabro e irónico, obviamente, pero también encerraba un mensaje claro. Y es que la razón más poderosa de esa notoria animadversión hacia lo estadounidense está en el hecho cierto e indiscutible de que de que la violencia solo genera violencia. La participación norteamericana en los principales conflictos bélicos del siglo XX e inicios del siglo XXI, y su intervención reiterada en la política interna de varios Estados, constituyen una porción de las semillas que han engendrado odios y rencores, pero, por supuesto, no son las únicas. Se debería investigar también al interior de la sociedad norteamericana los posibles orígenes y motivaciones que se ocultan detrás de ataques criminales como los de Boston.

Me atrevo a pensar que es necesario analizar a fondo los distintos estratos de esa sociedad para encontrar pronto algunas respuestas. A lo mejor algo nos revele un estudio sobre la identidad del ciudadano de los Estados Unidos (tratándose de un país formado por inmigrantes de todo el mundo y casi sin habitantes originarios de su propio territorio), o talvez investigando la cultura del miedo que arropa a los habitantes de los Estados Unidos, o el galopante crecimiento de la industria bélica, o las escalofriantes cifras de los desamparados por un sistema perverso de salud pública. En fin, podría haber muchas razones y quizás también soluciones, pero, por lo pronto, debemos resignarnos a lamentar las noticias sobre las bombas de cada día.

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