He visto poner varios países de América Latina en un mismo saco. Como si todas las protestas fueran iguales o tuvieran una misma lógica o, una misma historia. Y si uno es prolijo en el análisis debe empezar reconociendo las diferencias.
Bolivia es -a todas luces- el caso más emblemático. Para empezar, no puede ponérsele en el mismo saco que todos los países del Socialismo del Siglo XXI. Evo Morales definió un cambio histórico al convertirse en el primer presidente indígena en América Latina, en un país donde los indígenas habían sido marginados sistemáticamente, a pesar de ser mayoría. Y ni endeudó al país irresponsablemente ni malgastó como otros populismos. Su manejo económico tuvo más sindéresis que el de economistas con PhD, garantizando sostenibilidad a las finanzas públicas bolivianas y obteniendo como resultado un crecimiento económico sostenido durante sus años de gobierno. Cuando cumplió una década en el poder -en 2015- su gobierno había expandido el gasto social al nivel de Costa Rica, uno de los estados latinoamericanos con mejor provisión social.Sin embargo, Evo no fue diferente que muchos caudillos latinoamericanos al momento de jugar el juego democrático de largo plazo. La crisis que está viviendo Bolivia empezó precisamente por su renuencia a aceptar el referéndum en donde 51.3% de bolivianos rechazó la posibilidad de la reelección indefinida, entre ellos, 50% de indígenas. Y en lugar de sentar las bases para una transición donde se garantice continuidad sobre sus programas más importantes y alistar el país para un cambio de mando, decidió torcer el proceso político e insistir vía una dudosa decisión de la Corte Constitucional que él mismo había nombrado.
Luego de esto, ya todo era posible. La mayoría de bolivianos -de diferentes tendencias e incluso indígenas no afines a Morales- salió a las calles porque estaba convencida de un fraude electoral que luego la OEA confirmó. Y fue entonces que las fuerzas armadas le retiraron su respaldo y pidieron la renuncia. No cabe duda que la derecha boliviana representada por Jeanine Añez pescó a río revuelto y desató un burdo golpe de lo que pudo haber sido un proceso de pacificación. Todo esto podría haberse evitado si tan sólo el líder histórico Evo Morales aceptaba enseguida que se equivocó, que entiende el malestar popular y llamaba a repetir las elecciones con transparencia y dejando que otro candidato represente al MAS.
Cabe la reflexión, porque la insistencia en la reelección indefinida, en permanecer en el poder a como dé lugar se está convirtiendo en un problema persistente en la política latinoamericana. Evo hipotecó su legado el momento en que decidió que no iba a formar cuadros dentro de su propio partido para sucederlo. Y luego cuando no tendió puentes con los partidos moderados del país y demostrar que está dispuesto a respetar el juego democrático.
Ahora, el escenario se radicalizó y las peores formas de racismo y violencia han vuelto a aflorar y de qué manera.