El accionar político de algunos dirigentes es absurdo y contradictorio: unos son coherentes, actúan con responsabilidad y patriotismo; otros, irresponsables, exhiben, sin disimulo, su ambición personal y expresan su falsa preocupación por los pobres y desposeídos, a los que engañaron y perjudicaron en su gobierno deshonesto.
El Presidente de la República ha escuchado, aunque tardíamente, el clamor ciudadano de disolver a la peor Asamblea de la historia, plagada de personajes obscuros, incultos e ilegales y ha obtenido el reconocimiento del 80% de ecuatorianos. Ha sido un gesto necesario y generoso del primer mandatario, pues también su período presidencial debe concluir en seis meses. Ese suceso, que elevó su prestigio, frenó la tormenta de injurias que matizaba la desesperación desmedida de la mayoría legislativa empeñada en alcanzar el perdón y olvido de las sentencias y sanciones que mantienen privados de libertad, escondidos y prófugos, a los grupos delincuenciales obsesionados por retomar el poder para acrecentar la succión descarada de los bienes estatales.
El presidente ha destacado la lealtad del vicepresidente y responsablemente ha anunciado que no participará en las cercanas elecciones, al igual que algunos ciudadanos conscientes, que han retirado sus precandidaturas, para evitar la fragmentación electoral que ha permitido que una minoría del 25% imponga al 75% de la población, como autoridades seccionales y nacionales, a militantes del movimiento político que perjudicó al Ecuador y que instauró estructuras guerrilleras barriales, integradas por fanáticos nacionales y por mercenarios, que han irrumpido con acciones devastadoras, en el país.
Pululan precandidaturas de todo tipo: terroristas, mercenarios, oportunistas, corruptos, testaferros y muy pocos honestos y capaces; estos últimos deben, a través de un análisis patriótico, libre de vanidades, escoger al más apto y con mayor opción de triunfo, para vencer, con un CANDIDATO ÚNICO, al deshonor, a la corrupción y a la sinvergüencería.