Hace pocos días visité el bus de Bibliorecreo, esa genial biblioteca permanente que se encuentra en la zona de estacionamientos del centro comercial El Recreo, en el sur de Quito. Me recibió su conductor, Adriano Valarezo, un auténtico fanático de los libros, de aquellos que huelen y sienten la textura del papel como los sabuesos que anticipan con su olfato la presencia de una presa, y con ella, una nueva aventura en las proximidades de la madriguera.
Valarezo encontró su paraíso en ese bus articulado para albergar millones de historias e interminables horas de conocimiento y fantasía. Y, por supuesto, los habitantes del sur hallaron también allí un espacio que nadie les había dado antes y que hoy lo tienen gracias a la Casa de la Cultura Ecuatoriana y a la contribución privada de las empresas que están presentes en el centro comercial, así como de otras personas naturales y jurídicas que, desde afuera, ayudan a Bibliorecreo.
El sur es una ciudad metida en otra ciudad. Es una urbe distinta que crece en sentido contrario, como si intentara separarse del Quito Colonial, de la capital moderna de los edificios con cinco estrellas, de la ciudad atormentada por el avance incontenible del aparato burocrático, convertido en una especie de mala hierba inmune a todos los pesticidas hasta ahora conocidos.
Allí, detrás de El Panecillo (o de frente, según de donde se lo mire), se encuentra un conglomerado humano que en los últimos años ha cambiado radicalmente su forma de vida a partir de la inyección vanguardista que le dieron los centros comerciales, las nuevas áreas de recreación, los recintos de convenciones y el propio crecimiento inmobiliario de la zona, que empuja poco a poco a las industrias fuera de los límites urbanos.
Y también la cultura encontró su espacio en el sur, pero no porque se tratara de un fenómeno coyuntural que llegó con las inversiones modernistas y el crecimiento poblacional, sino porque había allí una demanda inmensa que soportaba la realidad de una escasa oferta intelectual.
El músculo verdadero de la cultura, tanto en los creadores como en los consumidores, está en la clase media. En las élites, por el contrario, hay poco interés por los aspectos culturales: un número reducido de lectores (aunque resulten compradores compulsivos de libros que pocos llegan a leer y que más bien responden a la moda), contados artistas, una escasa presencia de espectadores en teatros, salas de conciertos o museos, entre otras.
De allí que la avidez cultural del sur, en donde vive una importante porción de esa clase media, haya visto compensada su necesidad, al menos en parte, con un proyecto magnífico como el de Bibliorecreo, que presta cada año miles de libros.
Los lectores del sur, abundantes, ansiosos, están de plácemes con la consolidación de Bibliorecreo. Se lo merecen, sin duda, y además también merecen tener en su biblioteca un experto librero como Valarezo que contagia su desbordante pasión por la literatura.