La apertura del Parque Nacional Cotopaxi para las actividades turísticas no significa que las condiciones del proceso eruptivo del volcán hayan cambiado o disminuido.
Pese a que existe poca actividad superficial, el comportamiento interno del Cotopaxi está caracterizado por la presencia de sismos volcano-tectónicos, que se dan por la ruptura de la roca interna debido al empuje del magma.
Con ese preámbulo, el levantamiento de la prohibición del acceso al Parque ha provocado algunos cambios. El primero es que las autoridades entendieron que los habitantes tenemos que aprender a convivir con el coloso. En ese sentido, haber abierto las puertas de esta área protegida es una buena señal, sobre todo para quienes dependen económicamente de los atractivos del lugar.
Es necesario recordar y aprender de la experiencia de los campesinos que habitan en las faldas del volcán Tungurahua. Ellos llevan 16 años de sus vidas, escuchando sus rugidos, explosiones, bramidos, y viendo su fuego. Algunos habitantes de las comunidades de Cusúa y Juive Grande han dicho que están dispuestos a compartir con sus hermanos del Cotopaxi sobre cómo ellos lograron una convivencia pacífica con su vecino.
Otro cambio es el retorno de los habitantes a sus casas, a las que habían abandonado tanto en Latacunga (Cotopaxi), como en el valle de Los Chillos, luego del 14 y 15 de agosto, cuando el coloso se reactivó totalmente. Es entendible el miedo a lo que pueda hacer el volcán si erupcionara, pero también es preciso prepararse para afrontar lo que sea.
Patricia Mothes, una de las vulcanólogas que más ha estudiado al temible Cotopaxi, dice con énfasis que no hay que olvidar todo lo que se ha aprendido en tareas de prevención durante estos cuatro meses. Así, ninguna de sus reactivaciones repentinas nos tomará por sorpresa ni desprevenidos. Tampoco hay que negar su presencia, pese a su ‘silencio’ y aparente tranquilidad de más de un mes, tiempo en el que no hemos visto su boca llena de hongos de ceniza.