A estas alturas del partido no es misterio que para el Régimen el mínimo común denominador es el conflicto. Para sobrevivir en los perímetros de su extraña lógica el Gobierno necesita tener, siempre, un enemigo a la vista. Alguien a quien lanzarle puñetazos, patadas y algún escupitajo de vez en cuando. Alguien a quien echarle la culpa siempre de todas las cosas que podrían salir mal. Por otro lado, el conflicto le permite al Régimen jugar constantemente una de sus cartas más preciadas: la de su cercanía (verdadera o imaginaria) con la persona de la calle, con el ciudadano de a pie, generalmente maltratado y marginado por los bancos, por los canales de televisión y por la burguesía del antiguo Régimen (es decir, pre-2007).
Después de los inesperados y estrechos resultados de la consulta popular –que el oficialismo esperaba ganar y arrasar olímpica y pródigamente- el Régimen necesita hacer crecer sus músculos, pasar nuevamente a la ofensiva: asustar de nuevo y poner la casa en orden. Con esa perspectiva en mente el enemigo ideal será la prensa no-oficialista. Para un Régimen que lo quiere controlar todo, que busca centralizar, absorber, centrifugar, dominar y avasallar, la prensa es el enemigo perfecto. Por un lado, la prensa –en especial los periódicos- son la esencia misma de la empresa privada, de la iniciativa individual y capitalista que tanto indigesta al oficialismo, que se decanta más bien por lo comunitario, por lo colectivo y por lo arcaico. Además, me imagino, al Régimen le debe dar erisipela pensar que los periódicos, por definición libres, no están bajo el control de la burocracia faraónica.
Más que nada, la prensa representa una amenaza evidente para la verdad imperial y para la orgía publicitaria. Si la propaganda gubernamental nos presenta la versión idílica de un país que por poco se convierte en un impero (no se olviden, la revolución ciudadana ya no solo está en marcha, avanza) la prensa nos ayuda a beber una apesadumbra dosis de realidad. Si la propaganda nos vende impecables carreteras, las páginas de los periódicos nos muestran los baches. Si la propaganda de la televisión enseña a los hospitales públicos impolutos y envidiables, la prensa reporta sobre sus fallas. Si los medios públicos nos quieren convencer de que el país progresa en paz, la televisión independiente nos pone al tanto de los sicarios, de los asaltos y de los robos.
Prepárense entonces para la madrastra de todas las batallas: el todopoderoso oficialismo contra la prensa, con todas sus virtudes y defectos. Una batalla que seguramente termine algún día en el desgaste progresivo del Régimen y en el quebranto de su imagen internacional.