“La noche me trae todo aquello/que me niega el día:/un cuerpo prohibido, el brillo de las estrellas,/las palabras que crepitan/cuando las sueño, cuando las junto” . Así rememora un poeta de ahora al poeta de ayer, un posmoderno a un moderno. Cristóbal Zapata en “La miel de la higuera” (2012), al romántico, modernista y protovanguardista cuencano Ernesto López. Un viaje al fondo de la Belle Époque morlaca; maniobras de un investigador para comprender como se rompe a jalones la tradicional tierra de románticos cánticos y poetas coronados en la Fiesta de la Lira de los primeros años del siglo XX; su máximo exponente Remigio Crespo Toral. Esta celebración se trastoca en otra “más moderna”, La Fiesta de la Primavera, celebrada en el “Palacio de Cristal”, casa-refugio del citado poeta López, poco conocido y estudiado. La nueva generación de modernistas -los Moreno Mora, los Romero y Cordero, los Crespo Vega- se agrupan para leer poemas, para compartir entre hombres sus sueños, para mirar las estrellas desde el mirador de esta extraña mansión ahora vacía y triste.
Zapata enamorado de su personaje y sus circunstancias, edita, introduce y anota maravillosamente la obra de López para volverla a leer (“Ernesto López Diez. El Palacio de Cristal. Antología [1893-1942]”, Cuenca, 2012); para comprender a través de su vida, de sus excéntricos trajes y hábitos, de la Cuenca de 1920, de su decorada mansión de vidrios de colores y arabescos, de sus poemas, de las decidoras declaraciones de su testamento, las ambigüedades y contradicciones de nuestro anhelado paso a la modernidad y el progreso. Y lo hace juntando papeles, obras que han sucumbido a un incendio provocado por el mismo autor, a lo que queda de su casa, a las pocas declaraciones de quienes le conocieron, a poemas inéditos y editados.
“Bajo el efecto del ‘spleen’ bodeleriano, la mayoría de estos melancólicos vates -nos dice su antologista-… serán estrellas fugaces en el firmamento cuencano, cuerpos luminosos que atravesarán repentina y velozmente el teatrino de los acontecimientos y que prontos a apagarse vivirán intensamente, adoptando e inventando vicios y adicciones (ajenjo, morfina, cloral, o el legendario ‘piróphano’), pero ante todo, haciendo suya la divisa horaciana del ‘carpe diem’: atrapar la flor del día, aprovechando el instante, capturando su esencia, sin dejar para mañana otra cosa que un puñado de poemas y de leyendas. Son nuestra primera ‘generación perdida’ -dice- con el tiempo vendrán otras”.
Y López: “Yo quiero volar, jinete en caballo de crines doradas, y piloto en cisne de plumas perladas: ¡por ver tierra y mar!/ Quiero jinetear en astrales águilas y en astros caudales: ¡los altos espacios de luces pluviales por ver y sondear!…” Tan fascinada como ellos, con el Modernismo y sus avatares.