200 años han transcurrido desde la mítica Batalla de Pichincha en la que Antonio José de Sucre, al mando de varios cientos de republicanos, liberaría Quito de las tropas realistas. Ese sería el antecedente del nacimiento de la República del Ecuador, que se concretaría en 1830 con la promulgación de una constitución propia, la primera de 20.
¿Por qué tantas constituciones? Pues por un afán refundacional y un caudillismo atávico, fruto, creo yo, de unos afanes más monárquicos que republicanos que acompañaron a nuestros líderes políticos desde el inicio. A partir de su fundación, ha sido una constante en la historia del país el aparecimiento de caudillos que han querido perennizarse en el poder y/o refundar la patria acorde a sus deseos personales.
Mientras, el proceso de democratización de la República, ese camino de ciudadanización, de reconocimiento y ampliación de derechos, tanto en lo civil como en lo político, económico y social, casi siempre ha sido tortuoso y supeditado a los intereses particulares de los gobernantes de turno, con golpes de estado, dictaduras y autoritarismos incluidos. La política concebida como una batalla campal y no como herramienta para llegar a acuerdos y alcanzar objetivos comunes.
En 2019 Ecuador cumplió 40 años del retorno a la democracia. Solo desde ese momento hemos tenido 3 constituciones e innumerables reformas a éstas. La de 2008 es muestra clara de ese deseo refundacional y caudillista y no de un afán democratizador. Mientras, nuestra clase política sigue padeciendo de los mismos males: particularismo y el ánimo de servirse de la política más que el de servir a los ciudadanos a través de ella.
En su Informe a la Nación, Guillermo Lasso ha hecho un llamado a nuestros políticos a hacer un compromiso para gobernar el Ecuador en beneficio de todos. ¿Serán capaces de asumir el reto? Aunque lo dudo, ojalá así sea, porque si no, pasarán 200 años más sin que Ecuador termine de construirse como una república democrática de verdad.