Enfoque Internacional
La Nación, Argentina, GDA
Argentino de nacimiento, pero también ciudadano español, israelí y palestino, Daniel Barenboim ha encontrado en la música su mejor forma de expresión. Conduciendo desde el podio de director de orquesta, ejecutando a Mozart o a Schubert en un piano, o acompañado por la brillante y consagrada pianista Martha Argerich, como en Buenos Aires en estos días, demuestra que la música es su lenguaje y que la ha puesto al servicio de la defensa del valor supremo de la paz, persuadido de que es su forma de contribuir al acercamiento entre los pueblos.
Este hombre, eximio en lo suyo y rotundo en sus ideas, afirma que no se puede concebir un mundo en el que no se rinda culto a la tolerancia asumiendo que hay también una profunda necesidad de reconocer la existencia de múltiples y muy diferentes identidades.
Candidato al Nobel de la Paz 2011, creó junto con su amigo, el crítico cultural palestino Edward Said, la Orquesta West-Eastern Divan, compuesta por músicos israelíes y palestinos, entre otros, para mostrar que se puede soñar, trabajar y celebrar la vida en comunidad y armonía. Aquel proyecto creció robusto, y llevó por el mundo sus presentaciones añorando que la igualdad que se vive desde lo musical pudiera convertirse en un ejemplo para el mundo entero. Es tal vez ésta la más poderosa metáfora antibélica: una orquesta peregrina cuyos jóvenes integrantes, con tan sutil como fuerte amalgama, después de actuar juntos, son capaces de reinsertarse en sus más diversas realidades de origen.
Lejos de cansarse de buscar la forma de acortar las diferencias entre Israel y Palestina, este respetado mensajero de la paz continúa sosteniendo en los más diversos foros que no hay solución militar que detenga la violencia entre estos pueblos en guerra si no se entiende que se trata de un conflicto intrínsecamente humano, no político. Desde su visión, la paz no es solo una utopía, sino el resultado de comprender cabalmente la auténtica naturaleza del enfrentamiento. Frente a un “nivel de espanto y desesperación inimaginable”, en sus propias palabras, como el que hoy se registra, Barenboim vislumbra una clara oportunidad de encontrar una solución pacífica concreta. Desde el terror, desde el duelo por las vidas perdidas, desde la consternación y la desesperanza que hoy ensombrece a ambos pueblos, propone retomar el diálogo, con un indispensable cese del fuego, condición necesaria, pero no suficiente por sí sola. Su esperanza se sustenta no en armas, sino en corazones que se abran a la empatía y a la compasión, pues esta última es para él mucho más que un sentimiento: es una “obligación moral”.
Viajero incansable, Barenboim no es solo un ciudadano del mundo, ni un artista virtuoso más ni un filósofo grandilocuente. Con sus fuertes convicciones hace de su vida un compromiso con la concordia por llevar luz y paz a un territorio asolado por muerte y destrucción.