Lo de ZZ Top es el blues-rock (en su buena época, jalando más hacia el blues) sin rodeos ni sofismas de ninguna naturaleza, la verdadera música sureña incorruptible, ese tipo de sonido a un tiempo pantanoso, grasiento y denso que no llega a ser complejo. Es también banda sonora de carretera, música para estar a cargo del volante en una autopista de largas rectas. También es una invitación para acoderarse en la barra de alguna cantina y hacerse daño, para reunir a los amigos en una tarde soleada. El de ZZ Top es igualmente un modo pantanoso, poderoso y macizo, propio de un trío que se conoce las cosquillas desde hace décadas. La pena es, en cambio, la imposibilidad de la banda de reciclarse, de progresar sin caer en lo huachafo, sin dejarse tentar por las modas y por las malas ideas del mercado. Es de la misma manera lamentable que no hayan logrado sofisticarse a diferencia, por ejemplo, de los Allman Brothers. Así, estos tejanos, me parece, tienen luces y sombras, pros y contras.
Lo de ZZ Top es un cuento conocido: el de una banda de rocanrol de las zonas bajas de la línea Mason-Dixon, que tuvo la destreza y la práctica de compendiar y reavivar los sonidos inmemoriales del delta del río Misisipí, los cantos de las plantaciones algodoneras, herederos -los sonidos, claro- de los trovadores y artistas del África. Sin embargo, la sabiduría de estos tres señores de barba (dicen que no han visto una tijera desde más o menos 1979, pero esa es apenas una leyenda) consiste en no querer complicar las cosas, en respetar y fomentar las raíces del blues, sin mayores aspavientos y sin reinventar la rueda. Lo que, al menos en mi opinión, resulta imperdonable es la prostitución de ZZ Top durante buena parte de la década de los ochenta: su coqueteo con la música disco, con la vulgaridad y artificialidad de los sintetizadores, con los ritmos electrónicos o con lo que sea que esos experimentos hayan significado. También resultan inaceptables los videos de esa misma época, por sexistas, por ser de mal gusto y por explotar la vieja fórmula de dinero – autos deportivos y mujeres. Todo esto, pienso, provocó su declive.
Lo que, en cambio, se agradece es la calidad y el ambiente de sus primeros discos (en particular “Tres Hombres”) y la interconexión entre la guitarra de Billy Gibbons (siempre aguda, siempre subida de tono), el bajo de Dusty Hill (siempre pesado) y la batería de Frank Beard (siempre acompasada y encadenada). Si bien se podría argumentar que ZZ Top es apenas una banda más de aquellas que quisieron -y lograron- darle un cariz blanco a la música negra, el contra argumento es la compactación: lo de estos tres señores es el rock que no deja prisioneros, que va directo al pescuezo y, de preferencia, en vivo. Si me preguntan, me quedo con su época setentera, con los discos inaugurales, con la producción más sincera, con el rocanrol de barricada.