La primera es que el gobierno de los Castro mantiene la misma visión de Estados Unidos que cuando llegó al poder en 1959: un nefasto vecino cuyas prácticas económicas son la raíz de los problemas planetarios.
La segunda es el permanente antiamericanismo. Ayer se colocó bajo el paraguas soviético. En la etapa postsoviética creó el Foro de Sao Paulo y fomentó el socialismo del siglo XXI. Hoy, se alía a Irán y pasa al bando chino-ruso en esta nueva Guerra Fría.
La tercera es que la dictadura cubana entorpecerá cualquier liberalización que ayude a desarrollar el pluralismo político. Los opositores demócratas se toleran, pero siempre estrechamente vigilados por la policía política.
La cuarta es que el modelo económico de Raúl Castro, el Capitalismo Militar de Estado (CME), está formado por el Ejército y el Ministerio del Interior, instituciones que –según el economista oficial Juan Triana Cordoví– manejan y explotan las 2 500 empresas importantes del país, dejándoles a los cuentapropistas solo las actividades menores.
La quinta es que las inversiones extranjeras solo serán bienvenidas si fortalecen al Capitalismo Militar de Estado.
La prioridad es mantener el poder. No crear un tejido empresarial que ayude al desarrollo. Contra las carencias esgrimen la coartada de la austeridad revolucionaria y la lucha “heroica” contra el consumismo.
La sexta advertencia es que, ante este cuadro deprimente de atropellos e insistencia en los mismos disparates, la renuncia de Washington al ‘containment’ y su sustitución por el ‘engagement’, más cancelar el objetivo de intentar un cambio de régimen, como dijo Barack Obama en Panamá, es una peligrosa e irresponsable ligereza que perjudicará a EE.UU., alentará a sus enemigos, descorazonará a sus aliados y afectará negativamente a los cubanos que desean libertades, democracia real y paliar la miseria.
¿Qué sentido tiene que Estados Unidos –y la Iglesia— ayuden a fortalecer un Capitalismo Militar de Estado que perpetúe a la dictadura que destrozó a Cuba y hoy ayuda a destruir a Venezuela?
La séptima advertencia es que nunca la oposición democrática cubana estuvo más desprotegida y sola. ¿Por qué tomarla en cuenta si Estados Unidos ha renunciado al cambio de régimen y está dispuesto a aceptar a la dictadura sin exigirle nada a cambio? ¿Qué argumento tienen los asustados reformistas del régimen para reclamar sotto voce cambios políticos y económicos si nadie se los exige a los Castro?
En suma, fue un grave error de Obama separarse de la política seguida por los 10 presidentes, demócratas y republicanos que lo precedieron.
Uno no puede decretar que su enemigo súbitamente se convirtió en su amigo y ha comenzado a pensar como a uno le conviene. No se trata de criticar a Obama por ensayar una política nueva. El problema es que es una política mala.
No se puede ignorar la realidad sin pagar por ello un alto precio. Lo triste es que lo abonaremos los cubanos.