Es tanta la cantidad de información que circula en tiempos del ciberespacio, que podría decirse que asistimos a una verdadera revolución de las comunicaciones en donde, con pocos recursos, es posible estar al tanto de lo que sucede en cualquier lugar del orbe, casi en tiempo real. Esto tiene sus puntos flacos y de los otros. En la parte negativa, encontramos que se ha convertido en una forma de propaganda dirigida a atrapar incautos, poco advertidos, que asimilan cuanta cosa absurda, chisme del momento o banalidad se le ocurre a cualquier personaje que tiene cierta notoriedad a nivel mundial. Pero del lado positivo, nunca como ahora el público ha tenido al alcance de su mano información procesada adecuadamente, análisis serios de asuntos controversiales, investigaciones profundas de casos o hechos que han provocado cierta alarma pública. Y lo importante de aquello, depende de quién sea el usuario o receptor de estas informaciones, se puede acudir a una vasta lista de fuentes o contrapesar cuando sea necesario opiniones sobre un mismo asunto, que tengan diferentes perspectivas de análisis. De esa manera se consigue leer a las firmas más autorizadas del orbe sobre temas cotidianos o de interés general. En otras épocas, había que esperar que se redacten libros para poder acceder a mayor información sobre esos temas. Ahora aquello no sucede y, como existe un conglomerado crítico más amplio, los personajes públicos están obligados a ser más cautelosos en lo que dicen y en lo que hacen.
Hoy en día es posible escandalizarse en forma inmediata de las declaraciones de un candidato a jefe de estado de la mayor potencia mundial, percibiéndole en una dimensión real como una persona limitada en sus ideas y muy amplio en sus prejuicios. No es necesario esperar que se realicen análisis posteriores para darnos cuenta que la desgracia de un pueblo inmensamente rico en recursos naturales y humanos no es atribuible a factores exógenos, sino a la incapacidad y mediocridad de sus gobernantes actuales que, como en el caso del ejemplo, han devastado desde adentro la querida nación del Libertador.
Los políticos en la actualidad ya no tienen que esperar que la historia recoja sus actos, muchas veces anotados por escribas militantes que no solo que, en su tiempo, fueron cómplices de los desastres ocasionados por sus referentes ideológicos, sino que pretenden perdurar con la mentira y la infamia. Las toneladas de hechos ahora permanecerán en la nube, a espera que quién quiera hurgar sobre lo sucedido observe por sí mismo como se produjeron los acontecimientos.
Sin duda es un progreso notable y una valiosa herramienta. Esa gran parte del mundo que avanza sin prejuicios ni dogmas en una ruta que privilegia la civilidad y la razón, encontrará en adelante inmenso material para desenmascarar a los cínicos y echar por tierra sus falacias. Podrán las generaciones futuras observar cómo desde el poder se puede desparramar resentimientos y odios.
Ojalá lo miren para que no vuelvan a repetir los errores de sus antecesores.