Desesperación. Esta es la palabra que mejor abarca la sensación que me recorría el cuerpo las horas finales de la noche del jueves 30. En la mínima dimensión del balcón del Palacio de Carondelet estaba resumido y explicado el Ecuador. Retrato desesperante y vergonzoso.
El Ecuador oportunista (“patria, tierra sagrada de la viveza criolla”) estuvo pintado de cuerpo entero. A cual más, todos los allí presentes querían estar en primera fila, para salir en cámara, para luego decir: yo estuve en el balcón, ergo me merezco tal o cual contrato, o al menos un puestito para mi sobrina’
Las imágenes no mentían; quizá el presidente Correa corrió más peligro en el balcón del palacio presidencial que en el hospital policial. Pudo haber muerto asfixiado por la presión de los frenéticos y ‘oportunos’ abrazos de recibimiento o, peor aún, pudo haber caído balcón abajo, empujado por el forcejeo de quienes querían tocarlo o estar cerca de él (para que quede constancia).
Ver a todos esos vivísimos cantando, aplaudiendo, vitoreando y sonriendo, revolvía el estómago. Habrá habido convencidos; seguro eran los menos.
También estuvo presente ese Ecuador incoherente hasta la médula. Ese Ecuador que es capaz de insultar, cantar y sonreír con sorna pocos segundos después de haber hecho un minuto de silencio por las vidas perdidas en un enfrentamiento inexplicable e inútil. Gente que se llena la boca hablando de paz, pero cuya actitud promueve el enfrentamiento, la revancha.
Lo más penoso es que la incoherencia no solo fue patrimonio de los del balcón; también en la Plaza Grande, quienes se juntaron (llevados o no en buses pagados por el Gobierno, eso lo saben ellos y sus conciencias) para celebrar y defender la democracia, no podían simultáneamente banalizar la muerte de personas inocentes y recibir al Presidente con consignas, cantos y alborozo como si se tratara de Ricky Martin -con pantalla gigante e iluminación incluidas-. Esa noche solo cabían el silencio y la reflexión, que suele imponer la tristeza. Pero ellos (los del balcón y los de la plaza) festejaban.
El Ecuador del amiguismo completaba la foto. Obviamente, muchos ministros ni se despeinarán ni darán explicaciones de nada, a nadie. Porque tuvieron el acierto de haberse ‘jugado la vida’ estando en el hospital junto a su amigo, el Presidente. Mostrando su lealtad sin límites.
Entonces ya tienen asegurado su puesto como vitalicio; todo en desmedro de la institucionalidad y los procesos. Porque hubo algunos ministros -empezando por aquel que tiene a su cargo las fuerzas del orden- que no tuvieron poca culpa en la tragedia del jueves 30 de septiembre.
Todos ellos (oportunistas, ‘amigos’ e incoherentes) se merecen haber estado esa noche en el balcón de Carondelet.