Al fin de una administración presidencial y al inicio de otra, las preguntas comunes son: ¿Cómo evalúa al gobierno que termina? ¿En pocas palabras, qué es lo más relevante del régimen que concluye? ¿Cuál es el legado del correísmo?
Estos y otros parecidos interrogantes se han formulado. Las respuestas han sido muy diversas y se han dado bajo el riesgo de que las contestaciones rápidas son siempre incompletas, porque dejan de lado aspectos fundamentales.
No es fácil una respuesta satisfactoria. Pero si se puede dar una visión general de cómo queda el país al cabo de una década de gobierno, sobre todo si en ese lapso el Ecuador ha tenido el auge de ingresos fiscales más notable y prolongado de toda su historia. La constatación nos deja un resultado desfavorable.
Luego de que el estado ha recibido una cantidad enorme, casi imposible de calcular de ingresos petroleros y de que incrementos en la recaudación de impuestos, ahora está más endeudado que nunca antes. Aunque no hay todavía transparencia en los cálculos, la deuda externa, de 17 mil millones de dólares en 2006, ha superado los 50 mil millones de dólares en este año, incluyendo, los endeudamientos con los chinos que el gobierno negaba son deuda, pero son los más gravosos por las condiciones y plazos pactados.
El gobierno correísta recibió un país en recuperación dolorosa, luego de la catástrofe de 1999/2000. Ahora lo entrega en una profunda crisis, sin que los diluidos recursos del “boom” se hubieran invertido con eficiencia y trasparencia. El desempleo abierto sigue en cifras similares a 2006, el subempleo, que en muchos casos es desempleo real, se ha mantenido sin cambios significativos. La brecha entre los pocos muy ricos y los muchos muy pobres no se ha acortado; sigue ahí mismo.
Allí están, se dirá, las carreteras, los puentes, las escuelas del milenio. Allí están, desde luego, porque los gobiernos hacen obras, sobre todo cuando tienen bastantes recursos. Y que bueno que las hagan. Pero ¿qué proporción de los ingresos que gastó en ellas? Y, además, ¿Cuánto costaron? Porque si se pagó por ellas precios de corrupción, habría que pedir cuentas por eso.
Pero, más allá de los obras materiales y de su indudable importancia, debemos preguntar también: ¿estamos mejor ahora que hace diez años en valores cívicos? ¿hay más democracia, mas libertad de expresión? ¿hay más seguridad? ¿hay una justicia menos corrupta y más autónoma? ¿hay más acceso a la educación superior? Las colas de jóvenes que quieren entrar a la universidad, ¿no son más largas que nunca y la esperanza de ingreso no es más baja que antes?
¡Diez años de “revolución ciudadana” para volver a lo mismo o hasta retroceder, después de tener los mayores recursos de la vida republicana, no tienen justificación!
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