No han pasado ni dos meses del terremoto del 16 de abril y la ayuda para los damnificados de Manabí y Esmeraldas ha empezado a decaer. La presencia de los voluntarios también ha disminuido lentamente.
Eso se nota, mientras se recorre las zonas devastadas en las dos provincias costeras, sobre todo en Manabí.
La recuperación de los afectados de este terrible desastre no es cuestión de meses ni de un año. Las familias de ambas provincias tardarán al menos cinco o 10 años en volver a caminar solas nuevamente.
La asistencia en todo sentido (víveres, medicinas, agua, apoyo psicológico…) es muy importante -al menos- durante un año, hasta que los habitantes logren recobrar sus negocios, conseguir un empleo para sostener a las familias, reconstruir sus viviendas… en fin retomar su vida, poco a poco.
La constancia en la ayuda es clave para no dejar desamparados a quienes no tienen nada, porque todo quedó destruido en esos 45 segundos del terremoto en Pedernales. No podemos asistirlos con cuentagotas.
Por ejemplo, la especie de canastos instalados en un supermercado del norte de Quito aparecen vacíos: pocas botellas de agua, de arroz y azúcar. No hay más.
Para mencionar algunos sitios: en Pedernales, Jama, El Matal, Canoa, Manta, Portoviejo o Chamanga (Esmeraldas), sus habitantes se desesperan por tener algo de dinero para costear su día a día, principalmente para la comida.
Los damnificados que fueron llevados a Santo Domingo de los Tsáchilas y a otras zonas cercanas a Manabí también necesitan apoyo. Los padres no tienen cómo comprar los uniformes o útiles escolares para sus hijos que entraron a la escuela. Viven en los albergues y no tienen empleo.
Así que mientras ellos retoman sus vidas, el acompañamiento de nuestra parte -en lo mucho o poco que podamos aportar- es vital para que no se sientan desamparados ni abandonados por el resto del país.