En medio de un ambiente político cada vez más encrispado y de una economía deteriorada, la naturaleza no deja de hacernos regalos que oxigenan vidas cada vez más tensas y angustiadas, ayudando a levantar los ánimos.
Tres de estos obsequios cabe mencionarlos. El espléndido verano brinda unas limpias mañanas en las que aparecen soberbios, hermosos y coquetos los volcanes que rodean la ciudad. El Cayambe, el celoso Antisana, que casi nunca se deja ver, y el poderoso Cotopaxi.
Cuando cae la tarde, a medida que el sol se oculta, se produce un espectáculo conmovedor. Se despliega una gama de azules en el cielo que, combinados con el perfil oscuro de las lomas del Pichincha, ofrendan a la vista y al espíritu, una sensación sublime. Sólo en estas fechas del año y en esta parte del planeta, en la mitad de la Tierra, se produce este abanico de tonalidades azules fantásticas y profundas.
El tercer regalo es el florecimiento de los Arupos. La casa, la calle o el barrio donde están estos bellos árboles se tornan coloridos y alegres. Los copos rosados y el grato olor del árbol, penetran los sentidos. El Arupo, es una planta nativa de esta parte de los Andes, de Ecuador y Perú, que para florecer requiere de abundante luz; debido a eso, seguramente, Quito, más cerca del sol que muchas ciudades en el mundo, es un lugar ideal para que, con generosidad derrame toda su hermosura.
Ciertamente, los quiteños somos privilegiados. Disfrutamos de condiciones naturales tan especiales. Quito, de por sí, es una ciudad hermosa, pero lo sería mucho más si, a este festival de colores, de árboles, flores y cielo, se acompaña con políticas públicas inteligentes y sensibles, que logren explotar positivamente, al máximo, semejantes obsequios de la naturaleza.
En este sentido, José Rafael me decía: deberíamos adoptar al Arupo como árbol de Quito, y tanto vecinos, por cuenta propia, y el Municipio a través de una ordenanza, plantemos masivamente el árbol en los jardines de las casas, en avenidas, parques y bosques (reemplazando al eucalipto por Arupo), para tener, en pocos años, en agosto, una ciudad rosada, que alegre la vista y el espíritu de los quiteños, y también exhiba, una gigantesca pintura natural, en medio de los Andes ecuatoriales y de un cielo fascinante, digna de ser visitada por miles de turistas de todo el mundo.
De esta manera, una política ecológica y estética para Quito, podría ser también una solución económica, para un país en crisis: ciertamente el turismo del Arupo, traería miles de dólares, para sustentar en algo la dolarización y bajar el delirio del endeudamiento externo.
Esta idea, como otras, podría ser parte del gran proyecto de ciudad, por construirse. Arupo, árbol ávido de luz, digno de Quito, ciudad bautizada, como Luz de América, por su vocación libertaria.