Las aventuras de la verdad
Para los primeros filósofos griegos, la verdad tenía un significado de patencia: el término que la designaba era alethéia, que se traduce como “lo que aparece”, es decir, lo que se hace patente ante los ojos o ante la luz de la razón. En nuestro tiempo tan confuso, sin embargo, cuando han caído tantos ídolos y se han esfumado las referencias que hasta hace medio siglo nos guiaban, solemos hablar de lo correcto y lo incorrecto, de lo legal y lo ilegal, de lo legítimo y lo ilegítimo, pero es muy raro que apelemos a la verdad con el ánimo de reconocer su evidencia.
No es extraño, en cambio, que se hable de “las verdades”, aludiendo a las diversas perspectivas personales en relación con un mismo hecho, idea o persona. “Esta es mi verdad” –se dice, o también, “Fulano expresó su verdad”. Parecería de este modo que, con relación a cada tema, hay tantas verdades como personas hablan de él, y lo curioso es que estas múltiples “verdades” que tienen propietario, nunca dejan de serlo, aunque entre ellas exista una contradicción excluyente.Estas “verdades” que parecen tener una consistencia proteica, puesto que pueden acomodarse a las circunstancias conforme van cambiando, abundan en tiempos de efervescencia política. Algún agencioso investigador descubre, por ejemplo, que un personaje ha ocultado ciertos detalles de su pasada condición de funcionario, o al menos que ha maquillado su apariencia, y en un dos por tres, arma su estrategia: su denuncia rueda de boca en boca y de celular en celular, y de pronto, el personaje queda desnudo ante la opinión pública. ¿Se ha hundido? ¿Ha fracasado? No, nada de eso; sin titubear, aparece ante la prensa con una amplia sonrisa (una de esas sonrisas que antes solo eran atribuibles a los cínicos), y dice “su” verdad. “No, no fue como el acusador malsano ha afirmado; no es que me aproveché de mis funciones; se trataba de un sacrificio por la patria”. Así aparecen dos “verdades”, la del acusador y la del acusado, pero la lógica nos dice que solo una de ellas es verdaderamente verdadera: ¿fue o no fue un abuso? ¿fue o no fue un “sacrificio”?
Esta supuesta coexistencia de “verdades” que incluso pueden ser contradictorias ha destruido la idea misma de verdad: si cada cual tiene su verdad, ni el error ni la falsedad pueden existir; y si no existen, tampoco existe la verdad. Más todavía, como si este relativismo no hubiese llegado ya un extremo pernicioso, últimamente se ha empezado a hablar de la “posverdad”, que parece ser una “verdad” cortada a la medida de cada conveniencia. Nos movemos entonces en un mundo gelatinoso donde las cosas nunca son lo que parecen. “¡No vayas a creer lo que te dicen los ojos! –parecería que nos advierten ciertos empresarios, empeñados ‘en activar la economía’, como suelen decir–. No hay enfermos ni muertos, ¡no paren el turismo!”
Cabe que nos preguntemos entonces qué es la verdad y si todavía tiene sentido hablar de ella.