El ciclo iniciado en 1979, tras el retorno a los gobiernos civiles, cumplió dos etapas signadas por los avatares de la gobernabilidad y el tiempo turbulento de la inestabilidad hasta 2006.
Lo que sobrevino desde 2007 nadie se lo hubiese imaginado. Llegó la mala hora del autoritarismo, visión excluyente que denigró lo diverso y conculcó libertades.
Rafael Correa asumió el poder como expresión del agotamiento de los partidos -tan importantes en democracia pero tan gastados en su ejercicio-, y con una expresión supuesta de un poder nuevo, de las diversas corrientes sociales, las demandas contemporáneas y el poder ciudadano.
A los creadores de la utopía que se pensó cristalizar con la Constitución de Montecristi, ya no se los ve. Muchos están prófugos de la justicia, su líder vive en Bélgica, hay unos cuantos que atienden juicios por casos de presunta corrupción, algunos seguidores se refugian en el bloque de la de la Revolución Ciudadana en la Asamblea, nueva trinchera del correísmo surgida de la fragmentación de Alianza País.
El ejercicio del poder fue alejando paulatinamente a figuras muy importantes en la campaña de 2006 y el primer período de Gobierno como Alberto Acosta, ministro de Energía y Presidente de la Constituyente; Gustavo Larrea, ministro de Gobierno y quien propuso el nombre de Lenín Moreno como compañero del binomio presidencial; o el movimiento Ruptura de los 25, tan activo en los primeros años y que ahora tiene varias de sus figuras como altos cargos de Moreno y no pierden oportunidad para desnudar la truculencia del correísmo.
Correa buscó gobernar sin disensos , tuvo apoyo popular con su discurso cautivador. No presentó listas para el Congreso, luego, en su posesión ni si quiera juró respetar la Constitución vigente, y cuando se advirtió al respecto casi nadie prestó importancia.
Enseguida, y con la complicidad del Tribunal Electoral, desbarató al Congreso, varios legisladores fueron vilipendiados y otros -con la inefable figura de diputados suplentes que ocultaron su rostro con manteles-, construyeron una mayoría lambona. Rompieron el estado de Derecho.
Una vez que se vendió la idea de una Constitución garantista -aprovechando vientos de supuesto cambio revolucionario que corrían por el continente- se labró un modelo de Constitución que es una de las más largas del mundo. En exceso reglamentaria, se pasó por encima a las pocas voces sensatas de la Constituyente y, en algún caso, como denunció el exvicepresidente León Roldós, se adulteró los textos. Era una Constitución para ‘300 años’ que varios de sus promotores pisotearon. Se construyó un modelo que privilegió al Estado, creció el aparato fiscal, dilapidó fondos públicos en grandes obras, muchas de dudosa transparencia, y concentró todo el poder por 10 años en un Ejecutivo hiperpoderoso aplastando libertades esenciales.
A 40 años del retorno Lenín procura estabilizar la economía. La justicia debe juzgar a los corruptos con la ley en la mano.