Un gobierno autoritario deja heridas sociales e institucionales de las que es difícil sacudirse en décadas. Su presencia hipoteca el futuro. La receta es conocida: poderes públicos y medios de comunicación alineados, libertad social acotada, abuso y violencia contra la disidencia, mentira y censura. Todo justificado por sectores que callan y otorgan. Los seguidores del autoritarismo disfrutan del baile y suben el volumen de la música para no escuchar lo que pasa en los sótanos.
No compartir las ideas del autoritario cuesta caro. Chile, que recuerda este 11 de septiembre el inicio de una dictadura, lo sabe. Unas 30 000 personas fueron víctimas de detenciones, torturas y vejaciones durante los 17 años del régimen de Augusto Pinochet, alrededor de 2 300 fueron ejecutadas y 1100 siguen desaparecidas. Además, unas 150 000 salieron al exilio. A 40 años del golpe, las heridas resurgen.
El de Pinochet es un caso extremo, pero en versiones aún menores y en democracia, el autoritarismo marca. Cuando un régimen, ya sea de derecha o izquierda, azul, rojo o verde, ejerce el autoritarismo, un suero de división recorre la vena social y persiste por decenios.
El golpe militar que derrocó al socialista Salvador Allende, luego de que este cayera en el descrédito y sumiera al país en una crisis económica, fue el inicio de un ciclo de terror. Un sector político y social que temía al cuco comunista y que creyó el cuento de Pinochet de que la izquierda local contaba con un ejército, cerró los ojos ante una arremetida de detenciones, torturas y asesinatos. Muchas víctimas no tenían nada que ver con la izquierda, otras jamás formaron parte de un ejército comunista y los focos de resistencia armada eran ínfimos frente a la fuerza del ejército. Pero el régimen autoritario, alentado por la Guerra Fría, sembró odio y hay quienes lo enarbolan hasta la fecha.
Para Gonzalo Rojas, uno de los intelectuales de la derecha chilena, la violencia de hace 40 años tiene un único responsable. “Hubo quienes propiciaron la violencia de palabra, la ejecutaron de obra y la validaron una vez perpetrada: fueron los marxistas. Otros se defendieron y su única responsabilidad consistió en triunfar”. El hombre olvidó las ejecuciones de inocentes, la tortura sistemática y el miedo instaurados desde el Estado.
Pero en la derecha también hay posturas opuestas. El presidente Piñera fustigó a quienes toleraron el autoritarismo de la dictadura y varios de quienes participaron del régimen de Pinochet pidieron perdón. En la izquierda ha sucedido algo similar al reconocer errores en la gestión de Allende.
A Chile le sigue costando salir de la experiencia del autoritarismo. Cierto que para cualquier gobernante no es fácil tolerar la disidencia e instituciones independientes, pero ese es el reto de la democracia. Si hay ruido en los sótanos, no debe ignorarse.