Un debate profundo sobre la democracia se vuelve cada día más urgente. El mal funcionamiento de sus instrumentos, así como el relativismo en que han caído sus postulados básicos, obligan a repensar los límites y distorsiones que afectan a este concepto. Lo grave es que el problema se evidencia en aquellos países que presumen de una “madurez” democrática construida a lo largo de los últimos siglos. El movimiento de los Indignados y de los Ocupas de Wall Street así lo confirman.
La utopía democrática es más antigua de lo que a veces nos percatamos. Basta leer las reflexiones de Aristóteles a propósito de la libertad y la igualdad políticas como bases de la democracia; no poca cosa para aquellos tiempos. Lo extraordinario es que esa propuesta, en esencia, haya sobrevivido a siglos de agresiones, al punto de experimentar un sostenido proceso de renovación y actualización que parece no tener fin.
Pero la tendencia evolutiva del concepto de democracia no está exenta de tropiezos. Sobre esto alerta Michelangelo Bovero en una reciente entrevista concedida a un diario argentino. Es un reconocido filósofo y politólogo italiano, principal discípulo de Norberto Bobbio; actualmente se desempeña como titular de la cátedra de Filosofía Política en la Universidad de Turín.
Señala Bovero que la historia reciente de las democracias reales nos obliga a preguntarnos si muchos de estos regímenes no se han acercado peligrosamente a una frontera crítica, y si, en algunos casos, no hayan cruzado ya la línea de demarcación entre la democracia y la autocracia. Esta tendencia respondería a un proceso de “desdemocratización” ocurrido en las últimas tres décadas, que tiende a hacer que la democracia asuma gradualmente una forma de gobierno distinta, a la que él propone denominar autocracia electiva. Son regímenes en los cuales existen elecciones libres, los votantes ceden el poder a una persona o grupo, donde las decisiones se toman de arriba hacia abajo, en los que los ciudadanos son tomados en cuenta pero se alejan cada vez más del juego político.
Todo se inició–añade– cuando los teóricos del neoliberalismo advirtieron la dificultad para viabilizar las decisiones colectivas en una democracia, y propusieron una solución restrictiva: para hacerla funcionar mejor debían disminuirse sus pretensiones. Uno de los mecanismos aplicados fue el hiperpresidencialismo, con la consiguiente designación del jefe del ejecutivo como conductor de facto del Estado. Se renunció a la idea del órgano colegiado, es decir del representante de la colectividad, como la institución a la que le corresponde en última instancia tomar las decisiones colectivas vinculantes.