Una condición para ser político con impacto es ser uno mismo y mejor encarnar lo que sus discursos proponen (socialista, derecha..).
El gobierno le promociona a Glas. El omnipresente Presidente, por momentos se volatiliza para dejarle espacio. Las sabatinas vicepresidenciales se multiplican. Pero no logra ser él. Le falta autenticidad, imita todo al “líder”, vocabulario, tono de voz, chistes, ideas, muletillas. Resulta un fantasma del Presidente que da una mala caricatura. Podría ser el mismo y expresar posiciones compartidas en AP, a su modo, con sus ideas y modales, siendo Jorge Glas.
Algo similar, claro en ejemplo, pasó con el discurso tan comentado de A. Delgado y su falta de autenticidad. Delgado dijo un discurso cuyas ideas y vocabulario no eran propios; el personaje no correspondía al show pedido, quedó la imagen de otra caricatura. Si se le pedía que exprese su parecer sobre tal o cual idea, habría sido mejor, Delgado habría expresado las cosas a su manera, habría sido él, auténtico.
Ese discurso en sí no era auténtico, era lleno de conceptos de ciencias sociales, útiles para el análisis abstracto, no para un discurso político de captar los fenómenos y transmitir una perspectiva partidaria. Fue un discurso de un recién graduado, que no ha digerido aún sobre lo que el concepto insinuaría de la realidad, repite conceptos de la enciclopedia vaciados de sentido de la realidad, no es un referente para comprender sino que cumple la función de querer exorcizar a un pensamiento distinto, pero el concepto no significa nada.
Este uso de la jerga de ciencias sociales pretende ser la gran verdad, cumple la religiosa función de anatemizar las interpretaciones contrarias. El resultado, por lo general, es contrario; ese discurso se vuelve vacuo.
Esta falta de autenticidad revela las tendencias de la política actual en que prima lo mediático, se prioriza la “escenificación” de ideas, propuestas y planes, en la cual el discurso envuelto en un tipo de palabras, nociones y expresiones, adquiere más importancia que contenido. La puesta en escena es prioritaria para que un actor u otro repita el mismo discurso y más que expresar algo sustantivo construya una verdad. Algo similar al rol de la publicidad, la escena vale más para vender un producto sobre el cual no se habla ni se quiere saber.
Pero se puede buscar autenticidad. Una sana relación entre políticos y sociedad exigiría transparencia, para ello habría que salir del actual Estado de propaganda. Este que ha hecho de la propaganda su principal medio de política, que no quiere ser interferido por el otro, por las verdades pluralistas de la sociedad, por eso invade con su discurso escenificado. Su renovación exigiría cambiar el verticalismo reinante en AP, dar espacio a que cada cual sea, pueda vivir a su modo las ideas que puede tener esta organización. A menos que no las haya y pese siempre el escenario circunstancial.