Austero o gastador
Dos imágenes impactaron profundamente a la comunidad internacional en torno al mismo personaje. En una de esas reuniones presidenciales, a las que ostentosamente se les denomina cumbre, se veía a mandatarios y a mandatarias impecablemente vestidos, menos a uno que lucía unos zapatos viejos, anchos de tanto uso, sucios, pero aparentemente cómodos.
El personaje que se vestía así era el presidente uruguayo José Mujica, un hombre que a sus 79 años y con todo el poder que le otorga dirigir a un país sigue sorprendiendo. La segunda imagen la protagonizó durante la primera vuelta en las elecciones presidenciales de Uruguay, cuando llegó a votar a bordo de su Volkswagen escarabajo, junto a su esposa y a una muy discreta escolta.
Que un jeque árabe le haya ofrecido un millón de dólares por el vetusto vehículo no es más que una anécdota para el político uruguayo que fue perseguido y estuvo preso 14 años durante la dictadura militar. “Pobres no son los que tienen poco, son los que quieren mucho. Yo no vivo con pobreza, vivo con austeridad, con renunciamiento y necesito poco para vivir”. Así se define este hombre que, teniendo un gran apoyo popular, prefirió que otro político, del mismo partido, lo suceda en el poder.
Al mencionar el vocablo austeridad, José Mujica se refería a vivir de una manera sobria, sin excesos, a morigerar los gastos y a vivir sin lujos. Eso no quiere decir que hay que vivir como pobres, sino ajustar los gastos a una realidad como la uruguaya, un país que vive con lo justo y cuya economía depende básicamente de la agroindustria. Desde sus orígenes latino y griego, la palabra austero evolucionó. En un comienzo era una acepción de áspero al paladar, similar a la sensación que se siente cuando comemos una fruta que aún no ha madurado.
La recientemente reelecta presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, acaba de anunciar un severo plan de ajuste de gastos fiscales para evitar el derroche de recursos. En el plano local y como ejemplo de austeridad se puede citar al gobierno de Rodrigo Borja. Incluso durante las visitas de jefes de Estado, siempre se supo que en Carondelet se brindaba con jugo de tomate de árbol. Algunas crónicas señalan a José María Velasco Ibarra como un hombre sobrio en el manejo de los recursos fiscales.
Al contrario de todos estos ejemplos, hace muy pocos días se reunieron en un lujoso hotel de Guayaquil los integrantes de una “tremenda corte” que todo el mundo sospechaba lo que iba a decidir. ¿Por qué en un exclusivo hotel y no en su sede en la capital? No veo problema en alojarse en ese o en cualquier hotel si es que se lo hace con la plata de uno, pero frente a lo que se nos viene, con la caída de precios del petróleo, lo más prudente sería limitar los gastos innecesarios, superfluos, de restaurantes caros y de viajes placenteros.