No cabe duda que Lautaro Ojeda Segovia es un personaje audaz y valiente. Efectivamente, él se ha atrevido sin más ni más, a enfrentarse con una de las peores pesadillas colectivas que atormentan a la población ecuatoriana, ya que después del desempleo y la injusta distribución del ingreso y de las oportunidades, nada es más grave que la crónica cotidiana de ‘la violencia, la delincuencia y la inseguridad de cada día’.
Lautaro Ojeda se ha especializado en el estudio de estas asfixiantes materias. Hoy se desempeña como director del Instituto de Investigaciones dentro de una de las universidades más jóvenes del país: la que lleva el nombre de Alfredo Pérez Guerrero, maestro y rector muchos años de la Universidad Central, justamente.
Por supuesto y para que nadie se llame a engaño, es bueno advertir desde el comienzo que Ojeda Segovia no se ha propuesto componer una suerte de ‘vademécum’, recetario de soluciones casi mágicas, para los peores síntomas específicos de la violencia, la delincuencia ni la inseguridad. Pero sí se trata en cambio de una visión panorámica sobre los datos disponibles, las raíces, las realidades más notorias y las innumerables secuelas de tan agudas dislocaciones colectivas.
Dicho de otra forma, a través de las 400 páginas del libro, que fuera presentado hace pocos días, se descubren más inquietantes preguntas, que no un catálogo completo de respuestas individuales. Así se llega hasta el mismo ‘epílogo’, redactado en forma original porque no incluye afirmaciones dogmáticas, sino más bien sensaciones, por ejemplo: cómo no compartir la preocupación, angustia y quizás frustración’, ‘cómo no inquietarse por la visión inmediatista’, ‘cómo no preocuparse’, ‘cómo no compartir el sentimiento de indefensión e indignación de la ciudadanía, en particular de las víctimas’, ‘cómo no impacientarse’, ‘cómo no inquietarse’, ‘cómo no turbarse’, etc.
Claro que desde el principio de la obra se había advertido ya la flaqueza de los datos que se refieren al país y se había puesto énfasis una y otra veces sobre el carácter multicausal y sobre las muchas dimensiones y vínculos del tema que se examina, pero bien puede pensarse que el auge de los que el autor llama ‘delitos contemporáneos’, es decir el crimen organizado, el sicariato, el secuestro exprés y su definición legal y social y, particularmente, los delitos informáticos constituyen los aportes más originales del libro.
También es preciso tener muy en cuenta todo el capítulo quinto, que se ocupa de los medios de comunicación y su relación con la violencia social. Cierto que esta es una de las cuestiones por donde falta todavía mucho que caminar, pero el libro incluye pistas orientadoras acerca de cotidianidad y legitimación de la violencia en los medios; los medios como generadores del miedo y escuetos estudios sobre medios impresos y también sobre la televisión de tan decisivo impacto en la vida presente.