Atrevimiento”, acción y efecto de atreverse a algo, siendo el “algo” aquello que el hombre ejecuta por convicción… abstrayéndose de las limitaciones impuestas por prejuicios y paradigmas. Es el “valor” de que dispone el ser no-vulgar para consumarse como tal. Ontológicamente, el atrevimiento es manifestación de valentía.
Los obstáculos son cargas gravitantes de manera negativa sobre la valentía como virtud humana, que para Protágoras tiene una “potencia propia”, distinta de la integridad moral. El hombre atrevido es valiente, en tanto a través del arrojo llega a su realización sistémica.
El cobarde –incapaz de rebelarse contra la sociedad que castra sus iniciativas bajo explicaciones ideológicas, religiosas y dogmáticas pueriles– vive inmerso en pequeñez intelectual… ahogado en sí mismo. La mayor afirmación de atrevimiento es la ruptura con el pasado y cadenas que impiden mirar al horizonte. Perpetuarnos en el ayer, aferrarnos al antier, es cerrar las puertas al progreso integral como seres racionales.
F. Nietzsche: “solo mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a creer que posee la verdad”. Los filo-historiadores la denominan “reivindicación del presente”, que demanda atreverse a cuestionar modos hegemónicos de enfrentar la vida. La verdad impuesta es una “mentira de rebaño” que imposibilita el atrevernos. Distingue dos tipos de moral. La del superhombre, y la de los esclavos en que no existe voluntad de autosuperación, propia de la falta de atrevimiento. Cuestiona la “moral cristiana” que impone conformismo. La promesa de eternidad, estorbo morboso al atrevimiento, mata al hombre en vida pues no le permite vivir por miedo a morir.
La vida se sustenta en la “voluntad de poder”. Se identifica con la interpretación nietzscheana del principio dionisiaco de lo impulsivo y desbordante, que es atrevimiento para vivir “lo bueno”, siendo “malo” lo débil o carencia de osadía. El atrevido es “capaz de convertir el desierto en un exuberante vergel”. No atrevernos es subsistir sin causa.