Martín Dassum
Columnista invitado
El Estado Islámico (EI) es la expresión más intensa del retraso que la religión y el fundamentalismo provocan. En esta ocasión, no solo que el enemigo es el mundo occidental sino que el enemigo es un sector de la población de su misma religión, raza y cultura, sus hermanos.
Un pueblo, que otrora fue difusor de las matemáticas, álgebra y la navegación comercial en el mundo conocido y cuyo aporte fue determinante para el desarrollo de la humanidad, solo puede sentirse avergonzado de los actos y filosofía de algunos grupos islámicos que en la época actual han tenido responsabilidad en la muerte de muchas personas.
Los atentados terroristas, la post ‘primavera árabe’, la situación en Siria, el estado de cosas en Yemen y la presencia del EI en los países árabes son resultantes de un muy mal entendimiento de lo que es la religión y lo que esta persigue.
La exclusión del resto, la prepotencia que implica declararse especial o diferente y expresarlo con un nivel de violencia brutal, solo puede provocar vergüenza y rabia en el resto de un pueblo que no piensa ni se comporta de esa manera. La religión mal entendida y aplicada ha provocado el retroceso de un pueblo que estuvo a la vanguardia y que comprometió su desarrollo y modernización por arrodillarse ante el fundamentalismo religioso.
El caos institucional, social y político en la región de los países árabes ha tomado dimensiones de altísimo riesgo, poniendo a su población en varios lugares a merced del refugio, la hambruna y la buena voluntad y caridad de los países europeos y de otros más. Cuando la religión se antepone a lo racional, al convivir y al compartir con respeto, provoca una suerte de autoexiliación que termina en expresiones de odio y rencor de niveles exagerados.
El mundo de hoy es un mundo integrado. Las fronteras, la información y las costumbres se han globalizado y, afortunadamente, se han priorizado el desarrollo, la preocupación por el bienestar colectivo, por el desarrollo humano, por los derechos de las personas, por la posibilidad de asociarse, de mezclarse entre razas y creencias y de convivir en paz buscando un mejor futuro para la humanidad en respeto y armonía.
El mundo árabe tiene mucho que cambiar, y entender que su presencia es parte integral de un mundo más grande que interactúa entre sí. Y algunos de sus miembros incluso deben entender que pertenecen a una región que requiere de unión y sabiduría para progresar en armonía. Esto solo lo pueden lograr modificando su comportamiento y ralentizando la presencia de la religión en su diario vivir y sus decisiones. Solo así podrá recuperar el sitio que debe tener, y no solo por sus reservas petroleras, sino por su aporte intelectual, sus recursos turísticos y su enorme compromiso de amistad y hospitalidad. Solo respetando laslibertades de sus ciudadanos, de sus mujeres y democratizando sus recursos podrá insertarse en una comunidad moderna y de progreso.