Esta pregunta es seria: ¿qué vamos a hacer con la situación política actual, ahora que la consulta ya es una realidad? Parece como si estuviéramos atrapados en un laberinto al que le clausuraron la entrada y la salida y no tenemos más opción que resignarnos a morir dentro de él.
Las entrevistas radiales de la mañana son mi principal fuente de confusión (y frustración). Cada día, varios analistas arman y desarman escenarios con certezas absolutas. Mencionan números del artículo tal y o hacen citas de la ley nisecuanto, que las hacen parecer verdades incontestables.
Uno los escucha y se convence de que lo que están diciendo es la verdad revelada. Lo mismo pasa con los columnistas de opinión de los periódicos: a cual más saben qué es lo que hay que hacer exactamente; deberían redactar un manual de gobierno. La verdad es que un no iniciado en los misterios políticos termina mareado, porque las propuestas pueden estar en las antípodas entre ellas y sonar igual de bien. Algunas son hasta deseables.
Si a las 07:50 en la radio X alguien dice que la salida es la constituyente; a las 08:15, en la radio Y hay alguien más que asegura que hacer una consulta para preguntar si la gente quiere ir a una constituyente sería un error. Que si referéndum o no referéndum. Que si consulta o plebiscito. O uno abre el periódico y está otra persona advirtiendo que la consulta popular quizá no solucione nada, sino que más bien puede cumplir el papel de tiro en el pie para el actual gobierno. Tiro que, convenientemente, dejaría la vía libre para que vuelva con más ínfulas el correísmo radical.
Hundida en esta desolación sin fin, me encontré con una nota de Alejandra Villasmil, en Artishock (revista digital de arte contemporáneo: artishockrevista.com), en la que a propósito de una muestra de la artista ítalo brasileña Anna Maria Maiolino -en el Moca de Los Ángeles- habla de su obra ‘Solitario o Paciencia’. El performance consiste en esta acción: la artista sentada jugando solitario con una baraja a la que le faltan dos naipes, razón por la cual el juego nunca podrá concluir exitosamente; está destinada a perder.
Cuando Maiolino montó el performance era 1976, época de dictaduras y sinsentido político en América Latina (algo así como ahora). La obra era, y es, “una metáfora sobre el juego político ‘trancado’, o de la represión política de la que no se puede salir ni acabar”, dice Villasmil. Para cualquier ecuatoriano que no sea experto politólogo o no esté medrando del entrampamiento leguleyo-politiquero es facilísimo entender la metáfora (y la desesperación) de Maiolino.
Así estamos: en un escenario en el que solo podemos perder, hagamos lo que hagamos, porque alguien se encargó de quitarle dos naipes (o más; son voraces) a la baraja. Eso nomás. Muéranse de la depre. O piensen qué podemos hacer para salir de esta trampa.
iguzman@elcomercio.org