Entiendo el poder como la posibilidad de imponer la propia voluntad por medios coercitivos.
Cuando una persona carece de poder, suele ansiar tenerlo como mecanismo de compensación de sus inseguridades. El poder puede ayudarle a evitar la sensación de no estar a la altura de sus circunstancias, quitarle el miedo a enfrentar los desafíos de la vida, y hacerle sentirse fuerte aunque en verdad es débil. El poder puede hacerle creer que posee méritos mayores que los que se le reconocía antes de que fuese poderoso. Cuando solo oye los halagos de quienes tiene cerca, puede creer que todos le aman.
La persona débil e insegura que adquiere poder puede abusar de él de muchísimas maneras. Puede caer en el casi inocente abuso que comete la bella joven cuando le dice al enamorado, cuyo cerebro está inundado de endorfinas, que saldrán cuando ella buenamente quiera salir. Puede cometer el chantaje emocional con el que madres dominan a sus hijos e hijos dominan a sus madres. Pueden darse abusos de poder más dañinos y tenebrosos, como los del profesor que exige favores sexuales a cambio de una buena calificación, los del funcionario público que se niega a cumplir con su obligación si no se le paga una coima, o los del jerarca político que manda a apalear, encarcelar o matar a sus opositores.
Del otro lado de la medalla, cuando en cualquier contexto -el familiar, el institucional, el político- una persona madura obtiene poder, lo entiende como una oportunidad para servir a los demás, no para compensar sus debilidades ni para servirse. Asume el poder de modo sereno y humilde, con generosidad de espíritu y apertura frente a diferencias y discrepancias. Lo ejerce de manera constructiva, estimulando a que todos a su alrededor crezcan, maduren, puedan aprender continuamente de sus experiencias, y puedan así llegar a prescindir de esa persona poderosa. Porque buen padre, buen profesor, buen psicoterapeuta, es aquel que obra para hacerse innecesario. Siempre útil, pero nunca imprescindible.
¿Qué ocurre cuando alguien vislumbra el fin de su poder? Una persona débil e insegura como Bashar Al Assad se aferra a él desesperadamente y conduce, como estamos viendo en Siria y vimos hace poco en Libia, a niveles terribles de violencia, de la cual resultan víctimas no solo quienes se opusieron al poderoso, sino sus allegados, en especial los más cercanos. Causa tristeza pensar en los hijos pequeños de Al Assad, quienes con seguridad sufrirán las consecuencias de lo que su padre ha provocado. Al contrario, una persona madura –Galo Plaza, Michelle Bachelet, Lula da Silva, para nombrar algunos honrosos ejemplos- entiende que el poder fue un encargo temporal, y lo devuelve tranquilamente a quienes se lo confiaron, en la esperanza de haberlo ejercido con constructiva prudencia.