Las noticias de hechos violentos en distintos puntos de África, Asia y Europa vuelven a sacudir a la conciencia civilizada del planeta.
En Túnez decenas de turistas reposaban en un balneario al pie de su hotel. De una sombrilla salió el arma asesina y la tragedia acabó con 37 personas y miles de turistas europeos huyendo despavoridos con el shock de unas vacaciones ‘inolvidables’.
Al norte de Mogadiscio, la capital de Somalia, un grupo islámico terrorista armado acabó con la vida de 30 personas que se hallaban en una Misión de la Unión Africana.
En Kuwait y en plena hora de oración, 25 personas murieron y 200 fueron heridas. Las víctimas eran de la rama chiíta. Para los fanáticos integristas los infieles deben morir.
En Francia un atentado en una fábrica en la proximidad de Lyon intentó volar sus instalaciones. El ‘trofeo’ de guerra fue la cabeza de una persona colgada en el muro.
Varios de estos actos de salvaje sevicia terrorista se los atribuyó el Estado Islámico, sobre las conexiones con algún otro se tiene sospechas.
ISIS (Estado Islámico) mantiene una guerra civil y ocupa buena parte de territorios en Iraq y Siria. Con el intento de levantar un califato y de luchar contra los infieles no solo que ataca y mata a miles de personas inocentes, acaba con monumentos patrimoniales y se apodera del control de pozos petroleros, sino que decapita a víctimas de Occidente –generalmente personas de buena voluntad en misiones humanitarias- para cumplir con la primera premisa de los terroristas: aterrar a la gente y ahora, a escala planetaria, vía web.
Mientras varios presidentes occidentales en contacto con sus pares de África y Oriente Próximo intentan seguir la pista a los autores de los atentados, aunque no haya confirmación, la sospecha de esta ofensiva en varios puntos tiene la advertencia de los ataques en pleno Ramadán, una fecha destinada a la oración.
Los órganos de seguridad disparan alertas y están con las barbas en remojo.