Reflexionado un poco sobre el caso Julián Assange, llegué a algunas conclusiones importantes. La primera es que el Ecuador tiene bastantes problemas como para comprarse uno más a cambio de nada. Para empezar, Julián Assange ni es un periodista ni es un luchador por la libertad de expresión, así que sería bastante forzado poner la discusión sobre su asilo en esos términos. Es un personaje que decidió luchar contra Estados Unidos ‘hackeando’ sus secretos de defensa. Esa lucha tuvo como su logro más importante, las revelaciones sobre violaciones a los derechos humanos en Iraq y Afganistán. El problema de fondo –nunca analizado por la soberbia espectacularidad de Assange– es que la mediatización de estas guerras terminó inoculando a las sociedades frente a los mismos desastres que pretendía denunciar. ¿Ustedes saben de algún efecto político o legal que se haya iniciado tras sus “revelaciones” sobre crímenes en Iraq y Afganistán? El efecto fue nulo y más bien generaron más actos de terrorismo. Paz, ninguna.
La segunda ola de espectacularidad fue la revelación de los cables diplomáticos del Departamento de Estado. A más de molestias diplomáticas pasajeras y una expulsión de una Embajadora (caso ecuatoriano), no produjo ninguna modificación del status quo. Nada, excepto grandes golpes de pecho antiestadounidenses que no resuelven ningún problema en nuestras latitudes.
Julián Assange no es diferente que muchos activistas espectaculares que creen que porque crearon algo grandioso están por encima de la ley. Tiene un prestigio muy bien ganado de soberbio, autoritario y bastante pretencioso. Es la misma actitud que le llevó a abusar sexualmente de dos de sus colaboradoras en Suecia, quienes creían en su causa. Suecia no es una ‘banana republic’ y no se prestaría para tercerizar la venganza estadounidense, aun cuando ellos la hubiesen pedido. Tres tribunales en el Reino Unido, el último de ellos conformado por siete de los jueces más prestigiosos de esa nación, tampoco se prestarían a tales cosas. Aún más, Europa no contempla la pena de muerte y, por tanto, no podrían aceptar una posible extradición de Assange a EE.UU. si es que su vida correría peligro. Su vida correría más peligro aquí en La Mariscal.
Lo que es inexplicable de este caso es que el presidente Rafael Correa haya dejado que las pretensiones de Assange y su soberbia lleguen al punto de poner en riesgo algunos temas claves para la política internacional del Ecuador, como las relaciones con el Reino Unido, Suecia, la Unión Europea y de paso las preferencias arancelarias con EE.UU., que ya estaban magulladas por otros temas, y ahora pueden empeorar por una sola persona. Fidel Castro, que es un ser extremadamente astuto para su política exterior, no lo hubiera hecho. Lo hubiera puesto en seguida a disposición de las autoridades británicas y, si podía, en un avión directo a Estocolmo.