Imposible comprimir en una celda estadística el asesinato de Juan Antonio y de tantos otros que ya son miles. La violencia es de todos.
Juan Antonio deja innumerables fotos de gran calidad, entre ellas las de un reportaje que publicamos en la revista Gatopardo sobre el correísmo y otras sobre Sarayacu hechas también para ese medio, que por motivos que no vienen al caso jamás se publicaron. Compartimos largas horas en buses, lanchas y avionetas. Estuvimos en Palacio y en la selva, departimos con funcionarios de gobierno y shamanes. Cumplimos con el trabajo y también con la amistad.
Una cuchillada en el cuello se lo llevó. Qué injusto e indignante. Me solidarizo por completo con su familia, entre ellos el actual ministro del Interior, paradójicamente el encargado de luchar contra el crimen.
Ojalá sea cierto que viene en descenso la numeraria de crímenes, tal como indican las autoridades. No obstante, va quedando cada vez más claro que la violencia extendió el manto. Además, es arrogante y se exhibe. En un pasado no tan distante, el crimen tocaba las puertas de unos pocos, ahora está agazapado detrás de las de todos.
A Juan Antonio le gustaba la aventura y el viaje, tanto como la fotografía. Era un hombre cosmopolita y culto, por eso también sencillo, discreto y suave al hablar. Tenía muchísimos amigos y amigas. Yo apenas trabajé con él algunas jornadas, nos vimos poco porque no surgieron nuevos proyectos conjuntos y yo vivo fuera de Ecuador. Pero tengo muy claro que el asesino truncó la vida de un buen hombre.
Lo mismo dirán familiares y amigos de otros tantos asesinados. Vida de la buena cortada de un tajo. Ya son muchos, merecen justicia y consuelo.
Indigna que cuando los deudos alzan la voz, el presidente y sus voceros minimicen el problema y lo relacionen con ataques políticos.
Desde la rabia y la impotencia ante tanto crimen surgen demandas de pena de muerte y endurecimiento de penas. No nos equivoquemos, la violencia no acaba con más violencia, sino con leyes que se cumplen, instituciones robustas, jueces independientes, policías preparados y sociedades educadas en valores democráticos.
Hechos como abrir las fronteras sin mayores controles y lanzar desde el púlpito presidencial cizaña y discordia, ciertamente no ayudan, pero ese no es el origen de la ola violenta. El problema viene incubándose por décadas. En el caso de Juan Antonio y de tantos miles se pide justicia, no intimidación o amenazas. No responder con injusticias. Se espera solidaridad del gobierno y una apuesta clara por la legalidad, la democracia y el diálogo, poderosas vacunas contra el crimen.