Es triste. La convicción de que Javier Valdez es el más reciente – y no será el último – periodista asesinado en México conmueve, eriza la piel.
La tarde del martes, Valdez cayó en una calle de Culiacán. Con medio siglo de vida había bregado por informar en Riodoce, un periódico de Sinaloa. La sola mención de Sinaloa remite a la historia de violencia, drogas, crimen organizado; y a la concupiscencia del Estado con el delito.
De ese ‘in crescendo’ saben mucho los periodistas mexicanos. Colombia se robaba los titulares antes, ahora, México. ‘En México es más peligroso investigar un delito que cometerlo’. La frase retumba, es de John Gibler un periodista norteamericano que está en Santander y al que diario El País hace una nota. Él sabe de qué habla.
Era amigo de Javier Valdez. Escribe libros. ‘Morir en México’ o ‘Fue el Estado’, su más reciente obra presentada en la capital cántabra, donde reseña la matanza de Igualas y la indolencia para investigar el crimen de los estudiantes. Los datos que acompañan la nota hablan solos.
El 90% de los delitos contra los periodistas no se resuelve. Hay palabras asociadas. Violencia e impunidad, por ejemplo. Crimen y Estado, también vienen unidas. Es signo de desobligo de anomia cuando la gente ve natural la muerte violenta ajena, hasta que no le sucede al vecino, al pariente, al amigo, o toca el timbre en la propia casa.
De los periodistas que han vivido en situaciones violentas y de guerra se han escrito historias. Una de ellas, siempre un libro de referencia, la de Arturo Pérez Reverte, ‘Territorio Comanche’, sobre la guerra de Yugoeslavia. Ser periodista en Siria, Iraq y ahora en México, como lo fue con más intensidad en una época en Colombia, es un oficio peligroso.
Roza la muerte. Por eso no se entiende cómo hay gente que denosta al periodismo, lo confunde con servicial de poderes fácticos. Y la sociedad no reacciona, a muchos parece normal que les tapen la boca. Así se empieza.