Mientras me cambio “las galas” utilizadas en la última videoconferencia y me vuelvo a poner la ropa cómoda, pero sobre todo que no requiera plancharse, que utilizo regularmente durante el confinamiento, me pongo a pensar en lo que discutimos en ella. Fue una entretenida, aunque preocupante presentación en línea de los últimos datos del Barómetro de las Américas del que ya he hablado algunas veces en este espacio.
Con Ruth, Daniel y Paolo discutimos sobre los niveles en Ecuador de apoyo a la democracia y satisfacción con su funcionamiento, que son bajos; la polarización política de los ecuatorianos, que es alta; los valores de nuestra sociedad, que son mayoritariamente conservadores y poco abiertos a los derechos de las minorías; la alta tolerancia a la corrupción, mal que ha llegado prácticamente a normalizarse en el país, lo que puede explicar muchos de los escándalos que vemos en los medios todos los días, con miserables sacando provecho de la peor crisis que haya enfrentado el país quizás en toda su historia. En definitiva, un escenario poco alentador.
Hacía el final tocamos un tema que no podía pasar desapercibido: el de las elecciones de 2021, no tanto en relación a si se llevarán a cabo (no hacerlas implicaría violar la Constitución y la Ley y habrá que buscar mecanismos seguros para que se realicen), sino a cómo los elementos analizados, más el escenario post covid, pudieran favorecer o perjudicar a determinadas candidaturas.
Penosamente, todos coincidimos en que el escenario, que ya estaba preparado para el aparecimiento de un outsider autoritario termine de apuntalarse gracias a la crisis económica y social que está generando la pandemia, más la corrupción rampante y otros factores como la falta de confianza interpersonal. Así, una candidatura que ofrezca mano dura para combatir la delincuencia y decisiones intransigentes para salvar la economía y el empleo, que prometa “rescatar” los valores conservadores de los ecuatorianos, que proponga perseguir y acabar con los supuestos problemas que trae la migración, entre otras propuestas demagógicas y populistas, podría hacerse con las próximas elecciones. De nuevo un populista autoritario.
Así, la alegría de conversar con mis amigos ha dado paso a la congoja. Mientras miro la camisa que utilicé en la charla y decido si me sirve para la próxima videoconferencia o si mejor la pongo a lavar (con la correspondiente necesidad de plancharla), pienso en la decisión trascendental a la que se enfrentarán los ecuatorianos el próximo año y la pesadumbre me agobia porque sé que la posibilidad de que los ecuatorianos sigamos usando la misma camisa del populismo y la demagogia, que tan mal nos forma y que tan sucia está, es muy alta. La mía la lanzo al tacho de la ropa sucia, “planchar me relaja” me digo.