Arte del terror
El arte de Occidente ha servido básicamente dos propósitos. De contenidos “legibles” por su deseo de narrar, la pintura o la escultura reproducen imágenes útiles para convocar a la fe, reproducir deseos de poder de un grupo social, ilustrar descubrimientos científicos. Otro gran propósito más tardío –fines del siglo XIX y durante todos estos decenios- el de indagar sobre su propia naturaleza técnica, sus formas y formatos, abstrayéndose de contar una historia para persuadir a su espectador.
Poso mi mirada sobre el primer grupo y le llevo al lector a aquel arte que ha denunciado las más brutas aberraciones y comportamientos del ser humano vinculado, sobre todo, con decisiones políticas que han ocasionado terror en la población y que quedan como mudos testigos de aquello que pensamos no debe volver a suceder. Y sucede. Se da la Revolución Francesa en 1789; mueren Luis XVI y María Antonieta, el pueblo los decapita. Artistas reconocidos y otros anónimos reproducen los hechos más cruentos. Circula un grabado en el que una mano toma del cabello la cabeza cortada del Rey, denominado “Materia de reflexión para los malabaristas coronados, ‘que una sangre impura llene nuestros caminos’ ”. Muchas otras estampas rebelan la furia y la violencia de un pueblo francés que espera su liberación.
En menos de 100 años, los españoles denuncian la violencia del coronado como emperador de Francia, Napoleón de Bonaparte. Cínica y terroríficamente, las tropas bonapartistas, brazo expansionista del nuevo Imperio, entran a descuartizar, degollar, guillotinar a todo aquel que se cruza en el camino. España huele a muerte. Goya, pintor del Rey, no puede sustraerse frente al horror. Se graban “Los desastres de la guerra”, estampas que dejan constancia de la polvareda silenciosa que se posa sobre los cuerpos inertes, sobre el humano desmembrado.
Y en poco más de 100 años, España vive la Guerra Civil entre 1936 y 39. El Director General de Bellas Artes encomienda a Picasso el “Guernica”, cuadro de gran formato (776,6x349cm.) que alude al bombardeo alemán sobre la población vasca. Lo hace para colocarlo en el pabellón español de La Exposición Internacional de París de 1937para llamar la atención de la comunidad internacional. Gana el dictador Franco, el peor; el cuadro es puesto bajo custodia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York hasta su muerte. Vuelto a España, reposa en el Museo Reina Sofía de Madrid; una sala entera dispuesta a comprender el proceso y el contenido de esta imagen que rebela una nación sumida en la oscuridad, infierno de una guerra entre hermanos. El cuadro cumple 80 años, la guerra es un patrimonio globalizado, las imágenes se han multiplicado decenas de guernicas por el mundo. Ahora más que nunca el arte de terror está en toda cita artística.