Arte de la pintura

Parecería que lo hemos dicho y visto todo. Las guías turísticas, las notas de prensa, han continuado pensando y difundiendo la imagen de un esplendoroso Quito colonial, de su casco, de sus iglesias y plazas. A pesar de ello, la pregunta de cajón: cuánto realmente conocemos de su imponente arquitectura, su renombrada escultura o la pintura que desde la aparición de Miguel de Santiago, no solo se quedó en leyendas sino que se exportó por toda la América Latina? Curiosamente muy poco. Vargas y Navarro, aportaron hace más de medio siglo algunas claves para su comprensión; otros pocos hemos hecho otro tanto, pero no lo suficiente. Aún se atribuye falsamente; guiados por el ávido mercado del coleccionista, todas las esculturas son Caspicara y las pinturas del citado Santiago. En los mismos museos confundimos pepinos con papayas, se datan las obras como a bien tenga quien está de turno; se desconoce los materiales de los que fueron hechos, el significado de las obras devocionales y religiosas, los lugares que ocuparon física y simbólicamente.

Celebramos enfáticamente la aparición de un volumen bilingüe (castellano/inglés): ‘El arte de la pintura en Quito colonial’ (Saint Joseph´University Press, 2012, 337pp.). Es un catálogo razonado, selección de unas 200 pinturas de caballete que reposan mayoritariamente en colecciones públicas y conventos de Quito y Cuenca. Cada pintura lleva un análisis realizado por los historiadores del arte: Carmen Fernández (ensayo introductorio), Susan Webster, Adriana Pacheco, Andrea Lepage, Suzanne Stratton-Pruitt. A pesar del célebre ‘Tratado de la Pintura’ que escribiera Manuel de Samaniego en el siglo XVIII en Quito, a pesar de ello, la pintura colonial en tiempos modernos ha permanecido la más desconocida de las artes de entonces. Es una contribución excepcional, se trata de una obra de varios usos, extraordinaria fuente de consulta que lleva un índice completo que permite bucear en aspecto específicos, amén de una bibliografía guía, así como la reproducción impecable de imágenes realizadas por Judy de Bustamante y Christoph Hirtz, verlas es un placer. Cabe desear que no quede solo en manos de expertos y que alimente los guiones de museos e historias del país, y así evitar la repetición de conceptos obsoletos y poco científicos.

La cereza del pastel. La gestación de este libro viene de una fotógrafa que ha dedicado años a la fotografía de arte, la tenaz Judy de Bustamante. Más allá de ser organizadora, fue quien revisó cientos de obras antes de su selección final, quien convocó a la editora Stratton-Pruitt y a los autores, quien veló para que todas las puntas del ovillo se encontrasen y que ahora tengamos un libro de calidad.

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