En la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, frente al Caribe colombiano, un filósofo y un escritor, Rudiger Safranski y Cees Nooteboom, el primero alemán y el segundo holandés, conversan ante una audiencia encantada.
Hablan sobre la actualidad de las ideas de Rousseau, Hoffman, Shopenhauer, Nietzsche, y los desvíos posibles que escogen quienes escriben sobre viajes. Esta es la magia que inspira el Hay Festival, como diría Bill Clinton, “el Woodstock de las letras”.
Esta conversación, atiborrada de un público integrado por estudiantes, profesionales, intelectuales y ciudadanos corrientes, ocurre en un teatro clásico que llevaba el nombre del fundador de Cartagena, Pedro de Heredia, y mira hacia el mar. Fue construido en 1906 y se alzó sobre las ruinas de la iglesia de la Merced, siguiendo el modelo del Teatro Tacón de La Habana.
Ahora ostenta el nombre de una personalidad colombiana, Teatro Adolfo Mejía, y es una de las joyas arquitectónicas de la ciudad heroica, restaurada y conservada para los diferentes festivales que nacen y desaparecen todos los años en Cartagena.
Todo el que ha viajado a Cartagena para participar en Hay Festival siente la corriente de energía que lo marca para siempre. Las calles respiran frescura y están abiertas para recibir a los visitantes que buscan en la creación y el debate de ideas diferentes espacios para pensar y divertirse. Bajo el calor radical de las mediodías, los visitantes se refrescan con fruta fresca para seguirles el paso a tantos visitantes ilustres.
No es para menos. En sus calles se pierden y se reencuentran todos los años varios premios Nobel, como Mario Vargas Llosa y Herta Müller; celebridades de la música y el espectáculo, como Juanes y Gael García Bernal; expresidentes, como Belisario Betancourt y Ernesto Samper, que asisten a oír como cualquier hijo de vecino.
A la misma hora que Safranski y Nooteboom hablarán de filosofía y viajes, el hijo de Susan Sontag, David Rieff, junto con Piedad Bonnett y Rosa Montero, meterán el cuerpo y el alma en cómo escribir sobre la pérdida de una persona querida.
Y apenas he enumerado tres encuentros simultáneos, entre 150 que quitan el sueño a los participantes. Hay de todo y para todos: se habla de política, sexo, comida, pensamiento, historia, corrupción, periodismo gráfico, poesía, dinero, sueños, utopías fracasadas, y el cada vez más difícil oficio de los editores de libros.
Todo es posible porque el Hay Festival esconde una filosofía que deberíamos imitar: entender la vida desde el punto de vista de otra persona. Solo a través de los otros podemos mirar el futuro con grandeza y ser mejores personas.
Durante cuatro días quienes ingresan en una de las ciudades más hermosas del Caribe saben que encontrarán a los autores de sus libros favoritos; que compartirán sus sueños y debilidades, y que los verán disfrutar de un helado o de la cadencia de la noche tropical, más allá de la medianoche, cuando la rumba estalla en casi todas las esquinas de la ciudad.